lunes, noviembre 29, 2010

La educación integral, un misionero catalán y un obispo camerunés

El viernes de la semana pasada pude asistir al encuentro de los alumnos de religión del instituto en el que trabajo con Barthelemy Yaouda[1], obispo de la diócesis Yagoua, Camerún, que pasó unos días Cataluña, tras ser invitado por el Cardenal Martínez Sistach con motivo de la consagración del templo de la Sagrada Familia.

La historia de este joven obispo es sorprendente y conmovedora, pero para explicarla hay que retroceder en el tiempo y hablar de otra persona fuera de lo común: Jordi Mas, un misionero que hace 50 años se estableció en la pobrísima región de Yagoua al Norte del Camerún, trabajando desde entonces incansablemente por mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, construyendo pozos, promoviendo escuelas y hospitales, y fomentando la educación de las mujeres. Los habitantes de Yagoua son los massa[2], una de las seis etnias bantúes de la zona, y su religión es animista. Cuando en el pasado los musulmanes invadieron el Camerún, los massa huyeron a estas inhóspitas zonas del norte montañoso donde escasea el agua, y la religión islámica se extendió por las regiones circundantes más ricas y habitables. Desde entonces, los massa para subsistir no tuvieron más remedio que dedicarse al pastoreo y a una agricultura de muy bajos rendimientos.

Según me han contado[3], un día, uno de los niños massa que se iniciaban en el pastoreo se acercó a la escuela del misionero Jordi Mas y se quedó embobado oyéndole. Desde entonces decidió frecuentarla como escuchante, aunque sin seguir formalmente los estudios que allí se impartían. Con el tiempo, ese joven pastor, de ovejas criado en el seno de una familia animista y polígama, acabó completamente impregnado de las palabras y el buen hacer de “Baba Georges” –así es como llamaban allí al misionero- y se convirtió al catolicismo, ordenándose sacerdote años más tarde, pese a no haber cursado los estudios reglados habituales. Pero no acabó ahí la cosa, porque el joven Barthelemy pocos años después fue ordenado obispo a propuesta de la entusiasta comunidad cristiana de Yagoua y pese a su falta de titulaciones académicas. Por cierto, el misionero Jordi Mas falleció la semana pasada coincidiendo con la visita a Cataluña del obispo, que fue quien presidió con otros obispos locales la misa funeral[4].

Más allá de otras consideraciones, esta bella historia de entrega, generosidad y imprevisibles frutos me ha hecho pensar en la conferencia reciente de Greogorio Luri Educar con el ejemplo[5]. Precisamente, nos habló de la importancia impregnación, es decir de ese plus de contenido que no figura en las programaciones y que trasmitimos al alumnado lenta y sutilmente con nuestras actitudes, valores y convicciones. Sin duda constituye nuestra más importante y duradera aportación a su proceso formativo. Se trata de un legado en el que se trenzan maneras de hacer y pensar, gestos, creencias, convencimientos, disposiciones y estados de ánimo, muchas veces poco conscientes pero efectivos[6], porque acaban siendo compartidos entre profesores y alumnos.

Abundando en estas cuestiones, Gregorio Luri nos habló de un movimiento pedagógico norteamericano, que ha tomado conciencia de la importancia de ese plus aparentemente intangible y ha optado por explicitarlo en forma “hábitos de la mente” saludables que deberían impregnar a nuestros alumnos. Para confeccionar un listado, fue muy útil el análisis de las razones del éxito académico alcanzado en Estados Unidos por los alumnos de origen oriental. A pesar de que las primeras generaciones de los alumnos de esta procedencia crecieron mayoritariamente en condiciones socioeconómicas adversas, sus resultados escolares fueron satisfactorios al parecer porque estaban imbuidos e impregnados de la convicción de que no hay situación que no pueda mejorar con esfuerzo. A este patrón de conducta, el movimiento habits of mind -que cuenta con importante red de escuelas en estados Unidos- incorporó otros como escuchar con comprensión y empatía, ser persistente, manejar la impulsividad, pensar y comunicarse con precisión y claridad, etc. hasta completar una lista 16[7] hábitos en total, que ayudan a resolver los problemas que no parecen tener una solución fácil. Según sus defensores, todos podemos realizar siempre progresos significativos en esta vertiente del aprendizaje, algo que sin embargo puede resultar difícil en otros aprendizajes más específicos, si se arrastran déficits importantes[8].

La historia del misionero Jordi Mas y del obispo Barthelemy Yaouda me parece una bella confirmación de todo cuanto postula esta corriente pedagógica. Pero, sería por mi parte un ejercicio de ciego reduccionismo limitarla sólo a la expresión de un listado de hábitos mentales eficientes. En ella hay otros elementos intangibles importantísimos que percibí en la reunión entre los alumnos y el obispo y que parecieron muy poderosos. Me refiero al clima de cálida comunión fraternal y de confianza plena en la bondad que allí se palpaba, algo que por cierto hace mucho tiempo que no percibía de manera tan nítida en un aula. Había allí alumnos de muy distintos orígenes –como es habitual en un centro público- reunidos con un obispo camerunés, que se había criado en el seno de una familia polígama y animista y que ejerce su ministerio en una zona donde la religión mayoritaria es la musulmana, pero escuchándole ninguna de estas circunstancias parecían un obstáculo al “milagro” del amor confiado y desinteresado.

Francesc Torralba en su obra Inteligencia espiritual (2010) habla de la necesidad de incorporar en la educación formal la capacidad de trascender lo inmediato y de percibir el sentido del bien, de la bondad y del amor, porque sólo desde el cultivo de la dimensión espiritual podemos alcanzar la plenitud de nuestra condición humana. Explica Torralba que en Francia se han formulado ya interesantes propuestas para introducir la educación de la inteligencia espiritual en la escuela laica, por ejemplo como la de Pierre Hadot[9], que durante años promovió la enseñanza de la filosofía entendida como ejercicio espiritual, o la de Philippe Filliot (2007) [10], quien llega a una plantear una pormenorizada metodología para conseguirlo, enfatizando aspectos clave como el silencio (cada vez más ausente en las aulas); la simplicidad, la austeridad y la sencillez (valores que chocan con el consumismo imperante); la la repetición (porque ayuda a concentrarse en un punto y no dispersarse en múltiples direcciones); y el esfuerzo (sin dedicación, riesgo y sacrificio no se consigue nada). Torralba también cita un documento titulado Reflexiones en torno a la competencia espiritual (2008)[11], promovido por las escuelas católicas españolas –hubiese sido todo un acierto evitar su formulación excesivamente confesional y conseguir también la adhesión de escuelas no confesionales- en el que, entre otras cuestiones, se habla de desarrollar la capacidad de hacerse preguntas sobre el significado y el sentido; de experimentar el asombro y el misterio; de practicar y explorar sentimientos de admiración y de gozo contemplativo; de buscar respuestas consistentes a partir de la experiencia personal y de las grandes tradiciones espirituales; de establecer vínculos empáticos sobre todo en situaciones de injusticia, vulnerabilidad, superación y cooperación; etc..

Todo ello me parece de enorme interés, aunque me despierta una reserva: las expresiones “inteligencia espiritual” o “competencia espiritual” se me antojan empobrecedoras, porque parecen sugerir algo más que agregar a un listado formalizado y extenso, en lugar de subrayar que la espiritualidad es el saber esencial, el sustrato básico de sobre el que ha de edificarse una educación integral. Estamos ya tan inmersos en mundo tan angosto y materializado que quizás sin advertirlo pretendemos algo tan poco espiritual y viable como intentar formular la espiritualidad (y los saberes que la expresan) con criterios y sentido instrumentales.



[3] Utilizo segundas fuentes, porque en su encuentro con los alumnos de religión el obispo Barthelemy habló muy poco de si mismo.

[6] En este sentido, me han llamado la atención los testimonios sobre Jordi Mas que lo presentan como a una persona de acción y poco dada a la retórica y a las estrategias comunicativas, pero que a pesar de ello consiguió trasmitir a las personas que más le trataron los valores y actitudes que guiaron su vida.

[7] 1. Ser persistente. Terminar las tareas o problemas y mantenerse concentrado.

2. Manejar la impulsividad. Tomarse su tiempo, pensar antes de actuar, permanecer calmado pensativo y deliberar.

3. Escuchar con comprensión y empatía. Buscar entender a los otros. Dedicar energía mental a las ideas y pensamientos de los otros. Mantener nuestros propios pensamientos pero percibir el punto de vista y las emociones del otro.

4. Pensar flexiblemente. Intentar ver la situación desde una forma distinta, cambiar de perspectivas, generar alternativas y considerar opciones.

5. Pensar sobre el pensamiento. Conocer sobre tu forma de conocer, estar alerta ante los pensamientos propios, las estrategias, y las acciones propias, y cómo afectan a otros.

6. Buscar la exactitud. Verificar una y otra vez nuestro trabajo, fomentar el deseo por la exactitud y la fidelidad.

7. Plantear y proponer problemas. ¿Cómo conozco? Desarrollar una actitud de cuestionamiento. Considerar la información que necesitamos, elegir las estrategias que producen la información y encontrar problemas para resolver.

8. Aplicar el conocimiento pasado a nuevas situaciones. Usar lo que sabemos. Utilizar nuestro conocimiento y transferirlo a través de situaciones en que hemos aprendido.

9. Pensar y comunicarse con claridad y precisión. Ser claro. Buscar la comunicación exacta tanto en forma escrita como oral. Evitar las generalizaciones extremas, las distorsiones y las omisiones.

10. Reunir información a través de todos los sentidos. Utilizar nuestras formas naturales de recopilación de información a través de los sentidos.

11. Crear, imaginar e innovar. Intentar formas diferentes de acción, generar nuevas ideas, buscar la fluidez y la originalidad.

12. Responder con asombro y admiración ante nuestro entorno. Permitirse maravillarse ante los fenómenos naturales y la belleza que nos rodea.

13. Asumir riesgos de manera responsable. Experimentar el límite de nuestra propia competencia.

14. Encontrar el humor. Sonreír. Buscar la incongruencia en la vida. Reírse de uno mismo, cuando se pueda.

15. Pensar de forma interdependiente. Trabajar con otros. Trabajar y aprender de los otros en situaciones recíprocas.

16. Permanecer abierto al aprendizaje continuo. Aprender de las experiencias. Estar orgulloso y ser humilde para admitir lo que no sabemos. Resistir las complacencias.

PONCE MEZA. Miriam: Reseña de "Los hábitos de la mente" de Costa Arthur & Kallick B, Revista del Centro de Investigación. Universidad La Salle, junio-julio, año 2002, vol. 5, número 018-017, Universidad La Salle, Distrito Federal, México, pp. 103-105

Otras referencias:

http://www.authorstream.com/Presentation/aSGuest18515-187753-bitos-de-pensamiento-16-costa-kallick-education-ppt-powerpoint/

http://www.educadormarista.com/descognitivo/Habitos_de_ la_mente-c1.htm

http://www.slideshare.net/enriquearaujoviedo/performance-2556703

http://www.docstoc.com/docs/4045203/EMOCIONES-Y-APRENDIZAJE-2

http://pedablogia.wordpress.com/category/educacion/metacognicion/

lunes, noviembre 08, 2010

Neocínicos

Otro artículo magnífico de Lluís Duch, esta vez en coautoria con A. Chillón y con citas inexcusables de Peter Sloterdijk y Cristopher Lasch . ¡Qué fácil resulta identificar el neocinismo descrito en todos los ámbitos!. Sobre todo, en periodo preelectoral. Yo sigo empeñado en no votar a ningún partido neocínico, aunque confieso que desfallezco.



La perversión neocínica

LA VANGUARDIA, 7/7/2010

A. CHILLÓN, profesor titular de la Universitat
Autónoma de Barcelona y escritor
Ll. DUCH, antropólogo y monje de Montserrat

La apatía y el desencanto se palpan por doquier. Son incontables los ciudadanos, ante todo jóvenes, convencidos de que se hallan en precario los recursos materiales, ideológicos y espirituales que hasta hace poco parecían garantizados, llevados al borde del agotamiento por las disolventes tendencias globalizadoras y posmodernas. En ello consiste el peculiar malestar de -y en- la cultura propio de este arranque del siglo XXI, un tóxico deletéreo que envenena la vida de muchos individuos y la torna no sólo huera y anodina, sino carente de horizontes significativos.

¿Qué nos lleva a ver la presente como una época singularmente amenazada, habida cuenta de que han sido varias y profundas las crisis que han precedido a la que sufrimos? Hay dos factores que merecen especial atención. El primero es la palpable erosión de las tres grandes estructuras de acogida que tradicionalmente configuraron la modernidad -vínculos de parentesco y afinidad; educación y socialización ciudadana; cauces de religiosidad y culto-, aquejadas por una "fractura de la confianza" drástica y perceptible. La quiebra de las referencias y criterios que componen el "mundo dado por garantizado", en expresión de Alfred Schütz, es general. Antiguas o modernas, sencillas o complejas, las sociedades se deterioran cuando en ellas cunde la desconfianza.

El segundo factor se desprende del anterior, y hoy rige el proceder de demasiados sujetos: una atmósfera cínica que insidiosamente contamina la esfera pública y privada. Aunque constante a lo largo de la historia, el término cinismo ha ido adoptando muy diferentes valencias. En la antigüedad griega su uso se reservaba a ciertos personajes excéntricos, genialoides y estrambóticos que ponían en solfa la ortodoxia, y poseyó fuerte acento ético e individualista. Con Diógenes al frente -la imaginería lo pinta descalzo y despojado en su barril-, los cínicos pregonaron el retorno a la naturaleza y la igualdad social, la autarquía, la filantropía y el desprecio de las convenciones.

Ello no obstante, el copernicano giro que trajo el Renacimiento cambió el signo histórico del cinismo y le confirió muy otros acentos. Con Maquiavelo, ante todo, se convirtió en talante y seña del príncipe triunfante, un virtuoso del cálculo y el engaño que, paradójicamente, se hallaría legitimidado para consumar sus manejos en aras de la sacrosanta razón de Estado, presunto bien supremo. Los medios podían ser terribles, sí, pero el fin los justificaría: tal es el núcleo de su influyente legado.

En palabras de Peter Sloterdijk, el cínico contemporáneo es "un integrado antisocial": un miembro del establecimiento de poder ducho en manejar las máscaras de la ética, la legalidad o la democracia, cuya epidermis exhibe al tiempo que las socava. Egotista y hasta egolátrico, expresión acabada y aniquiladora del hiperindividualismo narcisista que según Cristopher Lasch nos aflige, el neocínico se ampara en el desconcierto
La desfachatez del neocínico es congruente con la apoteosis del yo que en el presente cunde posmoderno para excusar su iniquidad, basada en la antiética del todo vale y en una sutil pero eficaz demolición de los pilares que sustentan la res pública. Falto de escrúpulos y lealtades, todo es crasa apariencia para el neocínico, cuya desfachatez es congruente con la apoteosis del yo que en el presente cunde, y también con la estetizacíón de casi todos los sectores sociales.

Animado por una radical perversión del lenguaje, urde una retórica del simulacro para consumar el lucro y empoderamiento que sus tejemanejes procuran; y lo hace especulando a costa de la legalidad, por vías siempre ilegítimas en el fondo.

Los ejemplos son numerosos. Algunos, como el de Silvio Berlusconi, resultan rudamente obvios. El desvelamiento de otros, más sofisticados, requiere en cambio más perspicacia, así el Tony Blair que hace años supo manipular el argumentario del Labour y la izquierda para encubrir sus arterias, basadas en el decisionismo, la demagogia y el embaucamiento. Lo mismo puede decirse de los políticos, comunicadores y partidos adeptos al más rancio conservadurismo hispano, esos que se proclaman defensores de los trabajadores, las políticas progresistas o las cívicas libertades. Unos y otros revelan que el cinismo no es ya una actitud minoritaria más, sino un auténtico mundo de vida normalizado por cualesquiera sujetos en todos los estratos sociales, de los gobiernos a los ayuntamientos pasando por empresas, iglesias, universidades y sindicatos.

Una genuina endemia que hoy tienden a compartir dirigentes y dirigidos, dominantes y subalternos, cómplices todos de un sistema de poder que -a diferencia del cinismo maquiavélico- subvierte la misma razón de Estado. Y que se vale de poderosas mediaciones tecnológicas y comunicativas para resultar fascinante incluso: un fascinismo de nuevo cuño -valga el deliberado juego de palabras-, risueña metástasis que corroe el patrimonio material y cultural de todos.»

Horizonte insuperable

(Discúlpenme por haber desaparecido temporalmente sin avisar. Tras esta larga ausencia, intentaré alimentar “buenamente” con más asiduidad, aunque sea con posts breves.)


Si algo me evoca mi infancia es la Sagrada Familia y ayer no quise perderme la ocasión de ver cómo el templo, cuya fachada de la Pasión vi levantarse poco a poco desde el jardín infantil de una esquina de la plaza, se convertía solemnemente en basílica. Mucho ha cambiado mi relación con la fe católica desde entonces, pero sigo viendo en la mole majestuosa de este templo una compañía tierna, amable y protectora. Para mí es como esos gigantes afables y bondadosos de los cuentos que presencian complacidos tus juegos y que, cuando das algún traspié, te ayuda a levantarte, a sonreír de nuevo y a ir más allá de tus miedos, obsesiones y pequeñas miserias.

Por eso, no deja de asombrarme el malhumor y estrechez de miras con que muchos se siguen empeñando en abordar las manifestaciones religiosas. Ahora, que se nos ha desvelado su portentoso interior, me reafirmo en la idea de que la religión constituye el horizonte insuperable de la imaginación humana a todos los niveles. Sólo apuntando a sus cumbres de bondad, belleza y autenticidad, nosotros, como sofisticados animales simbólicos que somos, podemos concebir una vida humana verdaderamente digna. Ante ese proyecto grandioso y en construcción permanente, desde nuestra precariedad sólo nos cabe recogernos en nuestro interior y rezar, es decir, seguir edificando ese sueño de lo mejor que nos acoge, protege, ampara, orienta, eleva y sobrepasa.