jueves, diciembre 31, 2009

2010: líbranos de las malas ideas. ¡FELIZ AÑO!



Una de las noticias científicas de este desfalleciente 2009 que más me han hecho pensar es la ese hongo parásito de los bosques tahilandeses llamado
Ophiocordyceps unilateralis que, una vez ha infectado a una hormiga carpintera, altera totalmente su conducta forzándole a morir aferradas a la parte inferior de una hoja situada a 25 cm del suelo y del lado noroeste de la planta, al parecer la ubicación óptima en cuanto a luz, temperatura y humedad para que el hongo crezca y se reproduzca. ¡Caramba! ¡Qué peligro!. Todavía no se sabe cómo ese hongo se apropia del cerebro de la hormigas y las convierten en zombis suicidas.



No es difícil establecer paralelismos con esas ideas y sentimientos que nos infectan a a los humanos y nos inducen a realizar acciones contrarias a nuestros intereses fundamentales. Me pregunto cuáles de esas ideas y sentimientos estarán parasitándome ahora. Os deseo lucidez para identificar nuestros peligrosos “hongos” y librarnos de ellos. Seguramente, nos sedujeron con su apariencia benigna, pero sus delatores efectos perversos los hemos sufrido ya más de una vez.

¡FELIZ 2010!

Por cierto, la reciente canción “Tengo” de Macaco no me parece un mal inicio para el nuevo año...


Tengoo.. y lo que tengo lo mantengo a base de amor y fe.
Sientoo que si no estas no corre el viento quizás afuera si pero no dentro de mi..
Vengooo sin maletas con lo puesto y esta canción mi remedio vitamina pal´vivir.
Vuelvoo y a teneros si estas lejos como el trueno cuando pasas junto a mi.

La melodía de una rumba me dijo el secreto no esta en la tumba sino en el vivir
y viviendo a todo trapo olvide caminar despacio y las heridas de mis pies en ti.

No cantaré a lo que desconozco, sólo a lo que entró en el fondo como el poso del vino que bebí y, antes de emborracharme, brindaré mirando a tus ojos y gritaré el secreto es el amor que siento por ti.

Tengoo.. y lo que tengo lo mantengo a base de amor y fe.
Sientoo que si no estas no corre el viento quizás afuera si pero no dentro de mi..
Vengooo sin maletas con lo puesto y esta canción mi remedio vitamina pal´vivir.
Vuelvooo y a teneros si estas lejos como el trueno cuando pasas junto a mi.

La primera lección aprendí pero olvide el cuaderno al salir
en la escuela de la vida no se puede repetir,
así que voy lápiz en mano tomando notas y callando a veces es mejor no decir.
Aprendí a alzar las velas aguantarle a la marea y a romper las olas del mal vivir
y es que el vaso medio lleno medio vacío, mi niña, sólo depende de ti y de mi.

Y no es más rico el que más lleva, sino el que algo tiene y lo conserva
sin enfriarlo, sin olvidarlo en un cajón.

Y no hay mayor tesoro que el que guardas en tu corazón
no en el bolsillo triste de un pantalón.


domingo, diciembre 27, 2009

FELIZ NAVIDAD


Los belenes siempre me evocan un mensaje: EL AMOR TODO LO VENCE.

Con mi mejores deseos a todas y todos cuantos visitáis este blog.


La foto es de mi modesto belén casero. Desde pequeño, ningún año me he permitido dejar de hacerlo.

martes, diciembre 08, 2009

No escuchan. El menosprecio de los factores biológicos


Las estadísticas nos recuerdan día tras día que el fracaso escolar afecta más a los chicos que a las chicas. Entre los estudiantes que acaban la ESO los varones repetidores (49%) casi doblan a las féminas (26%). El 36% de los muchachos frente al 25% de las chicas salen del sistema escolar sin terminar la ESO. Más del 80% de los alumnos conflictivos suelen ser chicos. Ellos acaparan los partes de incidencia y las expulsiones, protagonizan la gran mayoría de los actos de indisciplina y las agresiones.[1]

¿Qué está ocurriendo con los chicos?. A principios de octubre, inquieto ya desde hace años por esta cuestión y sabiendo que Carlos Lomas iba a abordarla en una jornada sobre coeducación[2] en la que además se iban a explicar algunas experiencias con adolescentes, pedí permiso en mi centro y acudí.

Ya he asistido a otras jornadas similares, y siempre que lo hago albergo la esperanza de encontrarme con nuevas aportaciones y reflexiones. La conferencia inaugural estuvo a cargo de la veterana y siempre solvente Pilar Benejam que me sorprendió por la humildad y cordialidad de su puesta en escena. Combinando magistralmente claridad expositiva, amenidad y buen humor nos ofreció una visión panorámica de las aportaciones de las pedagogas catalanas a la pedagogía y la coeducación. El cuadro resultante impresiona y sin duda la deuda contraída con el feminismo catalán en su lucha por la dignidad de las mujeres es enorme.

Pero el asunto que como he dicho centraba más mi atención eran las aportaciones relacionadas con los chicos. Siempre presto a ver signos de cambio en el ámbito del feminismo hegemónico, me había animado al oír a algunos de sus conspicuos representantes que las nuevas actuaciones en el terreno de la coeduación debían tener especialmente presentes a los chicos.

La presencia de Carlos Lomas para mi era un buen augurio y lo cierto es que ha sido un conferenciante competente y eficaz, pero lamento decir que su análisis resulta poco o nada innovador y sigue férreamente anclado en los presupuestos ideológicos que nutren el feminismo radical. Mientras las investigaciones en el terreno de la neurología, la evolución humana, la arqueología, la sexualidad, el género y las masculinidades no cesan de arrojar nuevos y desestabilizantes datos, nuestros expertos canónicos en coeducación repiten siempre el mismo sermón, sin variar apenas ni una coma. Y eso que el programa Redes de Eduardo Punset ya se emite a las 21h los domingos y que en TV3 se ha estrenado un programas también horario de máxima audiencia sobre las diferencias conductuales entre hombres y mujeres, con el asesoramiento de excelentes neurólogos.[3]

Me ha llamado además la atención, y perdone el aludido mi incisividad, su tono afectado, dogmático y excluyente tan propio del estilo caracterizado como patriarcal por los propios estudios de género por él invocados. Pero, eso ahora es lo de menos.

Vayamos a los argumentos. Según Carlos Lomas los problemas de los chicos en las aulas más que a factores de índole psicológica se deben al peso de la masculinidad tradicional. Desde esa perspectiva se ha de entender su objeción y violencia hacia un orden escolar que perciben como femenino, porque está representado por un profesorado compuesto básicamente por mujeres o por hombres “femeninos”.

Los chicos, imbuidos de los valores patriarcales (dominio, violencia, jerarquía, etc.) más o menos invisibilizados pero todavía muy presentes en nuestro medio cultural, desarrollan una resistencia especial a los principios de la justicia y de la equidad que han de regir nuestras relaciones interpersonales y al conjunto de la institución escolar que los encarnan.

Por tanto, han de ser objeto de una acción coeducadora que se centre en ayudarles a descubrir los patrones de conducta de la masculinidad hegemónica y a liberarse de ese corsé identitario estereotipado que les oprime, que daña a los demás y que, en definitiva, les impide tener unas relaciones saludables y satisfactorias con los demás. Para ello, la estrategia pasará por suscitar en ellos la oposición a toda forma de violencia física, verbal o simbólica, enseñarles a expresar sus sentimientos de un modo asertivo y a saber cuidarse y hacerse cargo de si mismos; iniciarles en la ética del cuidado de las personas; y animarles a asumir su responsabilidades en el ámbito del hogar.

Aunque la mayoría de los ítems contemplados en la propuesta me parecen sensatos, positivos y asumibles si se logran integrar en un discurso positivo sobre la condición masculina, dudo que esta estrategia resuelva los problemas de los chicos en la escuela porque creo que el diagnóstico global es erróneo. Los problemas de los chicos en la escuela no se deben tanto al peso de los valores de la masculinidad tradicional –que ciertamente son a veces muy utilizados por ellos como máscara protectora- como a la falta de atención prestada a otros factores de orden fisiológico, neurológico y psicológico que singularizan a los chicos y que deberían de tenerse en cuenta a la hora de programar los contenidos y de diseñar las estrategias y los escenarios de aprendizaje. En cualquier caso, parece evidente que alimentar un discurso negativo sobre la masculinidad, sólo centrado en presentar a los hombres como agresores y a las mujeres como agredidas o víctimas potenciales, difícilmente conectará con los chicos ni les estimulará a ser mejores personas. La negatividad nunca da frutos positivos.

Cuando en el turno de preguntas, le planteé el riesgo de que los materiales coeducativos sintonizaran poco con los chicos, porque sólo mostraban el lado oscuro de los hombres, no incluían referentes masculinos positivos y no reflejaban los malestares y problemas específicos de la masculinidad adolescente, Carlos Lomas inicialmente hizo amago de reconocer tímidamente que quizás sería hora de empezar a dar una visión más positiva sobre los hombres y a introducir referentes positivos, pero inmediatamente se sintió obligado a añadir que de todos modos seguía siendo necesario insistir en los planteamientos taxativos y contundentes porque “sólo se ha avanzado con los programas combativos” y necesitamos ser cautos con los peligros de una defensa sutil y encubierta de los modelos de masculinidad hegemónica, porque la escuela sigue siendo androcéntrica y la igualdad no es todavía un hecho. Conclusión: la sordera parece irreversible y la brecha insalvable.

Pero, lamentablemente el único referente de las políticas de género dirigidas a chicos son los Men’s studies, como si no existiesen otras reflexiones interesantes. Propuestas por ejemplo como las de la corriente mitopoética o de la masculinidad arquetípica han sido gratuitamente descalificadas como reformulación del machismo e ignoradas sin más.

Sin embargo, en los autores de este movimiento pueden encontrarse análisis y reflexiones enormemente sugestivos que en absoluto contradicen lo que los avances de la neurología nos está descubriendo. Partiendo de la psicología jungiana, los seguidores de esta corriente intentaron rastrear e identificar el núcleo arquetípico que vertebra la masculinidad. Como ya sabemos, para Jung, los arquetipos no son creaciones culturales sino elementos autónomos del inconsciente, preexistentes a toda reali­dad cultural que compendian la memoria latente del pasado biológico de la especie humana -e incluso de los antepasados prehumanos o animales- y que actúan sobre la conciencia del individuo como imágenes primordiales[4] que este no debe ignorar, porque su salud psíquica depende de atenderlas e integrarlas satisfactoriamente. Para rastrear la masculinidad arquetípica, autores como Robert Bly, Robert Moore y Douglas Gillette recurrieron al estudio comparado de las tradiciones religiosas, la mitología, el folklore y la literatura.

Era previsible que a falta de otras referencias más objetivables, esta empresa suscitase recelos porque ofrecía una nueva coartada para camuflar los estereotipos de género tradicionales bajo nuevos ropajes psicologistas. En cualquier caso, deducir el sustrato arquetipico precultural de la masculinidad a partir de las creaciones culturales, evitando dejarse atrapar por sus valores androcéntricos dominantes era difícil y el movimiento feminista inmediatemente descalificó esta corriente tildándola de versión modernizada del machismo más rancio y conservador.

De todos modos y a pesar de todas las reservas que nos pueda suscitar, lo cierto es que, como decía antes, esta corriente aporta elementos de reflexión congruentes con los nuevos datos de la biología y la neurología, algo de lo que no puede presumir los Men’s studies y la perspectiva de género, empeñados en absolutizar la cultura y en despreciar la biología.

Empecemos por su diagnóstico del problema. Para Robert Moore y Douglas Gillette, la crisis de la identidad masculina no procede de un peso excesivo de los valores asociados a la masculinidad, sino todo lo contrario: de su progresiva volatilización como consecuencia de los cambios económicos, sociales y culturales recientes, y también del asedio sistemático del feminismo. Frente a los que atribuyen la desubicación actual de los hombres a un deficiente desarrollo del lado femenino , Moore y Gillete oponen la tesis contraria: excesiva presencia de lo femenino en sus vidas y falta de conexión con las energías masculinas profundas e instintivas.

Moore y Gillete mencionan la necesidad de reconectar a los hombres con su masculinidad inconsciente desatendida, algo que actualmente y a al luz de los avances de la neurología, la biología y la psicología evolucionista también podríamos formular como la necesidad de que integren satisfactoriamente su masculinidad biológica, tan frecuentemente negada y reducida a coartada artificiosa concebida para justificar el sistema de opresión instaurado por los hombres.

De todos modos, la masculinidad que Douglas i Gillette invitan a consolidar no es la que se queda en mera energía instintiva, sino lo que ellos llaman masculinidad madura, fácilmente reconocible porque quienes la han alcanzado se muestran tranquilos, compasivos, clarividentes y creativos. Para llegar a esta meta, antes se contaba con estructuras familiares más solidas, procesos de iniciación, rituales de paso, adultos y ancianos que actuaban como modelos y referenctes, etc. En las sociedades modernas sin embargo, la crisis o desaparición de vías de acceso a la masculinidad madura deja a la mayoría de los hombres en el estadio previo que ellos llaman de la masculinidad torcida, mal desarrollada o falsa que ellos denominan “adolescente” y que tiene manifestaciones fácilmente reconocibles tales como “los comportamientos prepotentes y violentos, la pasividad y la debilidad, la incapacidad de actuar de manera efectiva y creativa en la propia vida y de engendrar la vida y la creatividad en los demás.”[5] Desde esa persepectiva, Moore i Gillette están dispuestos a utilizar el término “patriarcado”, auténtico fetiche del feminismo, pero lo hacen en un sentido no exactemente coincidente. Mientras el feminismo tiende a identificarlo con la masculinidad más profunda y arraigada, ellos lo asocian únicamente a esa masculinidad inmadura o adolescente que hemos descrito, si bien admiten que esta ha sido prevalente durante buena parte de la historia de la humanidad. Personalmente habría preferido que la corriente mitopoética hubiese desvinculado el termino patriarcado[6] de la criminalización semántica impuesta por el feminismo y que contemplara de forma explícita la hipótesis del patriarca maduro, pero este desliz contemporizador no invalida la coherencia global de su reflexión. Y en este sentido, a mi juicio su aportación más valiosa radica en presentar la masculinidad como algo que los hombres despliegan a partir no sólo de sus decisiones y de los valores vigentes en sus contexto cultural, sino de algo previo que les impele y condiciona y que no deben desatender, porque las consecuencias negativas son enormes. Como ya he sugerido antes, si sustituimos ese algo que ellos denominan como el sustrato arquetípico precultural, por la masculinidad biológica, sus propuestas siguen manteniendo todo su sentido, porque ofrecen una estrategia plausible para desplegarla equilibradamente, algo que no hacen los Men’s sudies, porque contra toda evidencia prefieren negarla. Es sorpredente que a estas alturas ningún adalid de la coeduación siga sin plantearse cuestiones del tipo “cómo encauzar positivamente el incremento de testosterona en los chicos durante la adolescencia”.

Aunque no se hayan formulado en esos términos, este tipo de cuestiones sí han tenido un tratamiento específico en las culturas tradicionales y la corriente mitopoética lo que propone es recuperar para los tiempos presentes este legado arrinconado y olvidado por la modernidad.

Para ello, han elaborado una propuesta que a partir del “doble cuaterno” jungiano[7], postula cuatro arquetipos implicados en el sí mismo masculino profundo: rey, guerrero, mago y amante. Según Moore y Gillette si queremos reencontrar la “conexión adecuada con las energías masculinas profundas e instintivas, con los potenciales de la masculinidad madura”, debemos activar los arquetipos o ideales del Rey, del Mago, del Guerrero y del Amante, consustanciales a la masculinidad madura.

El arquetipo del Rey transmite el orden correcto de las cosas y de uno mismo. La energía del rey saca al mundo del caos y lo ordena y organiza, consiguiendo que hasta donde alcanzan los límites de su influencia florezca la vida y se multipliquen los frutos. Pero si el rey es inmaduro, débil o está ausente y no encarna en su persona ese orden correcto, su reino de nuevo se sume en el desorden, el caos y la esterilidad.

El arquetipo del Guerrero reúne la fortaleza, la competencia y la resistencia al dolor e incluye como un componente esencial la agresividad, entendida como la energía para hacer frente a los problemas de la existencia, no como exceso intimidante, porque siempre la acompaña la conciencia lúcida de las propias limitaciones[8]. Pero el arquetipo del guerrero se ha de completar con otros arquetipos, porque su indiferencia emocional hacia lo que no se relacione con su causa - incluidas las relaciones humanas primordiales -, le puede convertir en un ser sádico y masoquista. Cuando eso ocurre, aparece entonces una crueldad agresiva que tiende a descargarse sobre los más débiles o sobre la propia persona.

El arquetipo del Mago encarna el pensamiento y la reflexión, la seguridad del sí mismo maduro que es “inamovible en su estabilidad, centralizada y emocionalmente fría”. Pero si la autoridad conseguida lleva a desarrollar un sentimiento de superioridad frío y cínico, el poder conseguido puede ser utilizado para manipular y dominar a los otros.


El Amante completa este conjunto de arquetipos y se caracteriza por la pasión, el misticismo y “por la degustación de los placeres de la vida"...

"El sibarita, el coleccionista, el contemplativo...son amantes”[9] (Navarro). El riesgo es que “el hombre bajo la influencia del Amante no quiere detenerse en los límites creados por la sociedad. Se rebela contra su artificialidad. Su vida es complicada y nada convencional: el estudio del artista, el estudio del creador (...) se opone a la ley en este sentido amplio, vemos en su vida el enfrentamiento con la vieja tensión entre la sensualidad y la moral, entre el amor y el deber”[10].

En definitiva, cada uno de los cuatro arquetipos requiere el complemento de los demás. Si el adolescente no realiza satisfactoriamente los procesos necesarios para desarrollarlos, se quedará anclado en la masculinidad inmadura caracterizada por los sucedáneos iniciáticos, el sadomasoquismo, la agresividad violenta, las tendencias autodestructivas, el pavoneo, la masculinidad impostada, las actitudes anticulturales y las conductas fragmentadas y contradictorias.

Según Moore y Gillette, en el hombre adolescente en lugar del rey, nos encontramos con el arquetipo del niño divino, caracterizado por aspectos positivos como la alegría y su desbordante entusiasmo por la vida, pero también ensombrecido por componentes negativos como son el príncipe débil y el tirano de la trona; en lugar del guerrero, nos encontramos con el arquetipo del héroe, caracterizado por su predisposición valerosa a la lucha, pero también con componentes negativos como son el fanfarrón y el cobarde; en lugar del mago, encontramos el arquetipo del niño precoz, curioso y aventurero, pero con los componentes negativos del tramposo sabelotodo y del falso inepto, que bajo su apariencia torpe esconde su secreta soberbia; y en lugar del amante, nos encontramos con el arquetipo del niño edípico, apasionado, cálido y con capacidad de asombro, pero con los componentes negativos del niño de mamá y el soñador.

Entiendo que a más de uno este entramado tipológico sobre la masculinidad adolescente se le antoje falto de fundamento suficiente o que tenga dudas sobre los productos derivados de la obra jungiana, tan proclive a ser objeto de interpretaciones sincretistas y fantasiosas como demuestran las sectas New Age, que siempre invocan a Carl Jung como uno de sus principales referentes[11]. Pero si dejamos de lado estas legítimas reservas, es forzoso reconocer que la catalogación que se ofrece de las masculinidades adolescentes se corresponde con la realidad de las aulas actuales, donde cualquier educador se encuentra a diario con las luces y las sombras de los arquetipos mencionados: vitalistas desbordantes, infatigables luchadores, curiosos impenitentes y expertos en los más variados saberes, o seductores innatos; pero también chicos con un complejo de superioridad, un anhelo de poder y un narcisismo irrefrenables –“grandiosidad infantil”, sombra del niño divino-; chicos siempre sufrientes y amargados, superprotegidos por sus padres –príncipes débiles-; chicos consentidos y caprichosos, irascibles y descontrolados –tiranos de la trona-; chicos inmaduros que no saben modular su fuerza y su predisposición a la lucha –sombra del héroe-; provocadores y temerarios que de ese modo quieren negar su oculta cobardía y su inseguridad –fanfarrones-; chicos que optan por huir o ceder permanentemente y que cuando reaccionan, lo hacen de un modo desproporcionado e inoportuno –cobardes-; chicos inquietos que creen saber más de los que saben –sombra del niño precoz-; chicos de pose antipática y sonrisa cínica que intimidan y humillan a los demás con sus supuestos conocimientos –bufonescos sabelotodos-; torpes fingidos e ingenuos aparentes que entienden mucho más de lo que demuestran y que así enmascaran su elevado autoconcepto –falsos ineptos-; chicos insatisfechos que parecen no satisfacer en ningún lado su ansioso anhelo de plenitud -sombra del niño edípico-; chicos incapaces de asumir responsabilidades y proclives a las adicciones, que confunden las experiencias intensas y enajenantes con la vida verdadera -niños de mamá-; y chicos que se aíslan y desvinculan del mundo real y prefieren habitar el mundo de su imaginación -soñadores-.

Es indudable que también podría llegarse a una taxonomía semejante por otras vías, por ejemplo invocando el cultivo de determinados valores y virtudes que pueden ayudar a encauzar y equilibrar –no tanto a reprimir- los desbordamientos hormonales de la masculinidad adolescente. De hecho, no es difícil descubrir la conexión entre cada arquetipo y un entramado de virtudes. Platón describió en la República cuatro virtudes cardinales que parecen enlazar muy bien con los cuatro arquetipos masculinos propuestos: la valentía o fortaleza con el arquetipo del guerrero; la prudencia con el arquetipo del mago; la templanza con el arquetipo del amante; y la Justicia con el arquetipo del rey. Para Platón a cada una de las partes del alma corresponde una virtud. La prudencia es la virtud de la parte racional. La fortaleza de la irascible. La templanza de la concupiscible. Y, finalmente, la justicia, la virtud más importante de todas y que deriva de que cada una de las partes del alma cumpla bien su función. Aunque es indudable que podrían matizarse mucho más estas adscripciones, parece evidente que el núcleo virtuoso platónico se aviene bien con este diseño arquetípico.

Posteriormente la filosofía cristiana reelaboró el esquema platónico y las convirtió en el sustrato y fundamento de las demás virtudes. Y a partir de este criterio ordenador, el entramado de virtudes empezó a enmarañarse con intrincados listados que acabaron por desdibujar la simplicidad originaria de la propuesta platónica. Pero, sea a través de los arquetipos o de las virtudes, tanto en un caso como en otro se mantuvo la necesidad de conquistar la madurez desde la inmadurez inicial a través de un proceso con fases y grados, en el que era necesaria la plena implicación personal y no bastaba con un mero dejarse vivir.

Podría objetarse que el esquema virtuoso de la filosofía clásica o del cristianismo no puede equiparase con la propuesta mitopoética porque no tenía género e interpelaba por igual a ambos sexos. Sin embargo, tanto en la tradición clásica como en la tradición cristiana siempre se ha modulado el esquema virtuoso de manera diferente no sólo en función del sexo sino también de la edad. Sexo y edad siempre han contado, porque se ha entendido que los seres humanos tenían sesgos y retos parcialmente diferenciados derivados de su sexo y de la fase de la vida en que se encontraran. El problema, en todo caso, ha radicado en que la adaptación de ese esquema virtuoso generalista a la edad y condición sexual de cada persona siempre ha estado profundamente condicionado por los prejuicios y estereotipos propios de cada época y cultura y ha producido propuestas tan divergentes que parecería razonable dudar de la posibilidad de identificar una propuesta virtuosa modulada en función del sexo/edad atemporal y universalmente válida, equivalente a la que preconizan los autores mitopoéticos. El propio Aristóteles al reformular la propuesta virtuosa de Platón se apartó notablemente del maestro en este punto. Mientras Platón seducido por el modelo espartano redujo esta modulación al mínimo, Aristóteles más en sintonía con los valores dominantes en la Atenas de su tiempo la exacerbó:

“...todos los que hemos dicho tienen virtud moral, pero que no es la misma la
templanza en la mujer y en el varón, ni tampoco la valentía y la justicia (...)
Hemos de pensar, por tanto, que a cada cual se aplica la virtud, tal como de la
mujer dijo el poeta: El silencio es el ornamento de la mujer” Política.

Si recorremos las diversas remodulaciones de las propuestas virtuosas posteriores, encontraremos muchos más motivos para recelar porque en general han estado más encaminados a consagrar roles sociales rígidos congruentes con modelos de sociedad cerrados y no tanto a atender los procesos diferenciales de la maduración psicológica de las mujeres y los hombres. Desde esa prejuiciosa concepción compartimentada, jerarquizada y restrictiva de los sexos, se formularon listados de virtudes masculinas y femeninas que tenían poco que ver con las potencialidades reales de las mujeres y de los hombres y sí mucho con las exigencias del orden social postulado. A las mujeres se les instó a adquirir las virtudes “femeninas” de la castidad, el silencio y la obediencia “apropiadas” para desempeñar su rol de esposas y madres, y a los hombres las virtudes masculinas del valor, la justicia y el autodominio, propias de su rol público.

Sin embargo, la terquedad de los hechos demostró sin cesar la absurdidad de esta propuesta y situó una y mil veces a filósofos y teólogos frente a ejemplos femeninos y masculinos de virtud que se alejaban mucho del anterior esquema. Como señala Elisa Estévez López en Mujeres sanadas mujeres de virtud[12], las mujeres que en los Evangelios encarnan la excelencia cristiana no son las que más se ajustan al modelo comentado de virtudes femeninas, sino las que incorporan virtudes asociadas a los varones como la fortaleza el valor, la racionalidad, la sabiduría, la magnanimidad y la liberalidad. Y lo mismo podría decirse de la mayoría de las grandes santas que la Iglesia ha propuesto como modelo, en contradicción con su discurso frecuente y reiterado de las virtudes masculinas y femeninas. En lugar de insistir tanto en esta distinción ligada a la funcionalidad social que traiciona su mensaje universal e intergénero, habría sido más productivo ofrecer propuestas de modulación de esa propuesta virtuosa universal en función de los procesos madurativos diferenciales de hombres y mujeres. Pero esta vía más mesurada apenas ha tenido desarrollo y es lógico que hoy por hoy hablar de modular virtudes en función del sexo suscite suspicacias.

El problema es que ante el poco desarrollo de perspectivas que podrían ser muy enriquecedoras o la escasa difusión de enfoques como el de la corriente mitopoética, los postulados de los seguidores de los Men’s studies son los únicos que han encontrado aval institucional, convirtiéndose en un dogma incuestionable que niega la pluralidad, a pesar de estar en contradicción cada vez más flagrante con los datos que la ciencia nos aporta. Es un grave error pretender rediseñar los patrones de conducta asociados al género mediante campañas y operaciones de ingeniería social, sin tener en cuenta que “sólo han pasado seis millones de años desde que nos separamos del chimpancé” y que “los códigos químicos siguen funcionando por debajo de la cultura y las convenciones sociales”[13]. Los seres humanos somos híbridos de biología y cultura y todo proyecto de mejora siempre debe tener en cuenta ambas instancias. Pretender que todo es cultura y nada naturaleza es un exceso a estas alturas insostenible. Como recuerda José Antonio Marina, somos ilimitadamente plásticos pero no líquidos. Y aunque esa hibridación permanente dificulta mucho establecer cuál es mínimo común biológico que resulta imprescindible tener en cuenta, los indicios y las pistas que interdisplinariamente nos proporcionan la neurología, la genética, la arqueología, la etología y la antropología son cada vez mayores. Como señalaba Irenäus Eibl-Eibesfeldt en El hombre preprogramado (1987) las pulsiones que activan nuestro sistema nervioso siguen actuando más allá de las respuestas artificiales que ingeniemos para aplacarlas o satisfacerlas.[14]

También el estudio comparado de las culturas puede es útil para conocer esa naturaleza o substrato común. Desde hace ya tiempo se está utilizando la expresión “universales humanos” [15] para definirlo e intentar superar el relativismo cultural que todavía impregna todos los escenarios. Desde la perspectiva de la psicología evolucionista el tema ha sido objeto de especial atención por parte del Steven Pinker en su obra La tabula rasa (2003) [16] y, recientemente, el CCCB organizó un interesante ciclo sobre el tema que precisamente apostaba por una visión humanista basada en los últimos avances de las ciencias con la participación de pensadores como Zoltán Kövecses, Miguel Morey y Philippe Walter[17].

Necesitamos conocer esos universales humanos que señalan los campos de potencialidades y resistencias derivados nuestra naturaleza sexuada para no incurrir en aventuras contraproducentes. Como señala Susan Pinker, hermana de Steven, “las convenciones sociales nos afectan, pero las presiones sociales no pueden explicar por sí solas por ejemplo la mayor empatía que se observa en niñas y en mujeres ya desde los primeros días de vida y en culturas, edades y clases sociales diferentes”[18]. Es algo que necesitamos tener en cuenta a la hora de diseñar nuestras estrategias educativas dirigidas a los chicos sin crear artificiosos sentimientos de culpabilidad. Si los chicos son naturalmente más competitivos no les haremos ningún bien criminalizando, negando o ignorando su competitividad, porque su predisposición competitiva seguirá latente, sin elaborar, abandonada a su primaria inercia compulsiva . Es mucho mejor partir de la predisposición competitiva de los muchachos y enseñarles a manejarla y regularla de manera positiva por ejemplo mediante los valores y principios deportivos del fair play. De hecho el deporte es una de las pocos ámbitos en que los chicos tienen la oportunidad de educar su competitividad mediante procesos rituales que si están correctamente planteados les permiten descargarla de agresividad y convertirla en una actividad personal y socialmente satisfactoria.

Hemos de multiplicar y reforzar estas estrategias. Precisamente si en algo han insistido Moore y Gillette -como ya lo hiciera antes Robert Bly- es en la necesidad de readaptar los antiguos rituales perdidos en la modernidad para facilitar a los muchachos el tránsito de la impulsividad adolescente a la madurez. Se trata, en definitiva, de seguir insistiendo en ese proceder específico de los seres humanos que consiste en partir de los impulsos naturales para apropiarse de ellos y trascenderlos. Y eso requiere no menospreciar ningún impulso, ni ninguna predisposición.

Como ya comenté en un post anterior, entre los impulsos y predisposiciones que una educación atenta a la diferencia debería tener en cuenta, figuran los siguientes...



CHICAS

CHICOS

Notable precocidad verbal que nos sitúa sobre todo hacia los 14-15 años en un mundo de mujercitas con redes de amigas muy sólidas.

Hacia los 14-15 los chicos son niños grandes, descolocados, poco expresivos y con frecuencia aislados.

Las chicas se muestran más proclives a la negociación y a la colaboración.

Los chicos se muestran más competitivos y buscan ser respetados mediante el éxito en la lucha.

Las chicas son más cautas y precavidas.

Los chicos son más osados y directos.

Las chicas más inductivas y subjetivas.

Los chicos son más deductivos y objetivos.

Las chicas conocen y expresan mejor sus sentimientos.

A los chicos les cuesta explorar e identificar sus estados anímicos y aún más hablar sobre ellos.

En las chicas, la pulsión sexual no se manifiesta con la misma vehemencia de los chicos y el riesgo es que accedan prematuramente a las relaciones sexuales, buscando una aceptación y afectividad que unos chicos todavía inmaduros difícilmente pueden darles.

En los chicos, la pulsión sexual brota con una intensidad tal que puede volverse tiránica, vergonzante y obsesiva, sino se les enseña a desdramatizarla y a dominarla.

Las chicas que experimentan fracasos acostumbran a reconstruir su autoestima apoyándose sobre todo en su capacidad de conservar y mantener relaciones afectuosas con una sólida red de soporte.

Los chicos que experimentan fracasos acostumbran a reconstruir su autoestima mediante la afirmación de su autonomía e independencia.

Llegado el momento de resolver un conflicto, las chicas recurren con más facilidad a la violencia psicológica e indirecta que a la física.

Llegado el momento de resolver un conflicto, los chicos recurren con más facilidad a la violencia física que a la psicológica e indirecta. El riesgo de que el “botón de la cólera masculina” se active en un chico adolescente y cometa acciones aberrantes siempre está presente, sobre todo si no se le han inculcado valores, normas y herramientas específicas de autocontrol.

No hay que desanimarse. Día tras día se dan nuevos pasos en la dirección correcta. El ya citado programa divulgativo de TV3 Sexes en guerra, pese a su desafortunado título, constituye un excelente síntoma de que las cosas están cambiando.

No faltan libros que denuncian el olvido de los chicos como La guerra contra los chicos: cómo el feminismo mal entendido daña a los chicos jóvenes de Christina Hoff Sommers[19] (Palabra, 2006), Iguales pero diferentes de Marta Calvo (Almuzara, 2006) o Por qué los niños no son niñas de Koos Neuvel (Cristiandad, 2008) o que aportan propuestas muy realistas sobre las relaciones entre chicos y chicas (El libro peligroso para los chicos, El libro aventurado para las chicas -2008-y otros títulos).

Y el cine, película tras película, está demostrando una sensibilidad cada vez mayor hacia los problemas específicos de los chicos y los jóvenes varones: La clase, La ola, Nick y Norah: una noche de música y amor; Pagafantas; 500 días juntos, Petit indi, Adeventureland… Bastaría complementar estas películas con alguna más anterior para realizar una inmersión muy certera en la realidad de las jóvenes masculinidades, más allá de los discursos maniqueos al uso.



[3] "Sexes en guerra" es una serie documental de divulgación científica sobre los orígenes biológicos de la conducta que parte de lo que sabemos sobre las diferencias entre sexos. En 11 episodios, el programa quiere explicar, de manera sencilla, clara y entretenida, por qué nos comportamos tal y como lo hacemos partiendo de las principales diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Queremos saber cuál es el origen evolutivo de estas diferencias, cuál es su utilidad -si tienen sentido- y cuáles son sus efectos en la conducta cotidiana de los hombres y las mujeres.http://www.tv3.cat/sexesenguerra/programa

[5] MOORE, Robert-GILLETTE, Douglas: La nueva masculinidad, ediciones Paidós. Barcelona, 1993, pág. 17.

[6] Los ejemplos de patriarcas maduros son innumerables en todas las tradiciones culturales. El problema estriba en aceptar la definción peyorativa de patriarcedo impuesta por el femenimo que lo reduce a estructura de dominación masculina, pero si el patriacdo se contempla como una solución operativa que durante buena parte de la exitencia de la especie humna se ha demostrado como la más palusible para sus miembros de ambos sexos, seguramente perdería sus connotaciones exclusivamente negativas.

[7] “La descodificación de lo que Carl Jung denomina el “doble cuaterno” se basa en la comprensión del sí-mismo arquetípico, pero amplía el entendimiento de la geografía interior más allá del trabajo de Jung, al delinear con claridad no sólo los contenidos y potenciales psicológicos por los “cuatro elementos” sino también las dos dialécticas opuestas fundamentalmente presentes en la dinámica del sí-mismo profundo: rey/mago y amante/guerrero, así como sus respectivos femeninos.”. Op. Cit. págs. 11-12.

[8] "La energía del Guerrero, pues, aunque posea otros atributos, está presente universalmente en los hombres y en las civilizaciones que creamos, defendemos y extendemos. Es un ingrediente vital de nuestra edificación del mundo y representa un papel importante en la difusión de los beneficios de las más altas virtudes humanas y de los logros culturales a toda la humanidad. Pero, también es cierto que la energía del Guerrero a veces se desborda. Cuando esto sucede, los resultados son devastadores.” Op. cit., pág. 95.

[9] Navarro i Miralles, Joan Miquel: Entorn la perspectiva mitopoètica dels estudis de la masculinitat, Universitat Jaume I, Castellón, 2001, http://www.uji.es/bin/publ/edicions/jfi6/entorn.pdf.

[10] MOORE –GILLETTE: op. cit., p. 141.

[11] La crítica más feroz de la figura y la obra de Carl G. Jung la encontramos en NOLL, Richard: Jung, el Cristo ario. (traducción: Marta Pino. Ed. B. Barcelona, 2002. 416 páginas), dónde, como explica Enrique Galán Santamaría, Jung aparece como el profeta de una religión neopagana, en la que él sería el dios leontocéfalo (el Aion mitraico) a cuyo alrededor se congregaría una Iglesia secreta con el objetivo de procurar la redención más allá de la cultura ju-deocristiana. A pesar de todo, esta obra de Noll tiene una enorme utilidad por su investigación histórica, que rescata del olvido a muchos junguianos de primera hora (de quienes hablará Thomas Kisrch desde el conocimiento personal en The jungians -2000- ) y por señalar oportunamente los paralelismos entre la ideología Völkisch de principios del siglo XX y el sincretismo New Age actual. No menor importancia tiene llamar la atención sobre el fácil peligro de mitificar a Jung, olvidando sus aspectos sombríos y su condicionamiento histórico. En cualquier caso, todo psicoanalista sabe que la imagen que generalmente se tiene de él habla sobre todo de quien se le acerca. Para mal y para bien.

[14] Cita José Antonio Marina en Las arquitecturas del deseo el caso del estornino cautivo estudiado por Lorenz que todo y estar bien alimentado “abandonaba de vez en cuando su percha, intentaba cazar lo inexistente, regresaba a su palo, y allí hacía los movimientos destinados a matar, como si hubiera cazado un insecto, hacía como que se lo tragaba y recobraba la calma por un rato” (Anagrama, 2007, p. 45).