domingo, agosto 24, 2008

El sustrato biológico de los roles sexuales y la plausibilidad de las identidades género.

Para el hombre es verdaderamente bueno que los programas de educación tengan en cuenta, en la medida de lo posible, el factor “naturaleza humana”, con el fin de evitar a los hombres frustraciones inútiles.”[1] Lo dice Irenäus Eibl-Eibesfeldt, quien junto a Konrad Lorenz, -del que es discípulo-, ha sido el especialista más representativo de la Etología Comparada.

Es un reflexión muy oportuna ahora que la condición masculina está siendo minuciosamente deconstruida y sometida a receloso análisis. Basta hacer un seguimiento continuado de los mensajes directa e indirectamente relacionados con los hombres aparecidos en medios públicos y campañas institucionales –la alusión permanente a la violencia machista, las medidas de discriminación negativa, la presentación habitual de la mujer como víctima de los privilegios masculinos- para constatar que la condición masculina está bajo sospecha y que los valores asociados a la masculinidad -racionalidad, idealismo, autoridad, jerarquía, afán de trascendencia, agresividad, fuerza, valor, heroísmo, competitividad, etc.- suscitan rechazo o desconfianza. Se ha impuesto la idea de que la masculinidad hegemónica es un artificio culturalmente construido para perpetuar la opresión de las mujeres, que debe ser proscrito, o en todo caso, reformulado de acuerdo con los principios de la equidad de género, aunque son pocos los que confían en la plausibilidad de esta opción.

Sin embargo, los estudios científicos de las últimas décadas no han hecho más que subrayar el peso del substrato biológico en los patrones de conducta de los hombres y las mujeres. A estas alturas, es muy difícil encontrar a científicos rigurosos que no reconozcan que basar las diferencias conductuales entre hombres y mujeres sólo en la cultura no es más que un mito caduco de la segunda mitad del siglo pasado. Un mito caduco para la comunidad científica, pero todavía muy influyente política y culturalmente, como acabo de explicar.

No olvidemos que Edward O. Wilson, el por fin admirado padre de la Sociobiología, fue cruelmente ninguneado por ideólogos de todo signo que lo convirtieron en su particular bestia negra, porque afirmaba que la psicología y el comportamiento social humanos hunde sus raíces en la evolución biológica, como cuenta muy bien Jesús Mosterín en su obra La naturaleza humana. Eso ocurría en la década de los setenta, pero en nuestros días, una neuróloga tan moderada y prudente como es Louann Brizendine –autora de la famosa obra El cerebro femenino- confiesa el malestar que produjo su defensa de una especificidad biológica femenina en círculos profeministas, donde muchos han contemplado su posición como una provocación innecesaria que traiciona la causa de la igualdad. Brizendine se esfuerza en argumentar lo erróneo de tal apreciación, pero se advierte el sinsabor que le ha producido semejante juicio a una mujer como ella, que se siente identificada con los postulados feministas esenciales.

Frente al exceso conductista de que todo puede ser remodelado por la educación, quizás nos convenga adoptar una perspectiva más modesta y conocer cuáles son los aspectos de las conductas masculinas y femeninas menos maleables y más resistentes al cambio. No propugno la sumisión a nuestra herencia genética, sino conocerla mejor, para librar con más efectividad nuestras batallas en pos de un mundo mejor. Para ello, contamos con un cerebro que nos permite dar respuestas creativas y originales a problemas insólitos y la especie humana se halla ahora ante el reto inédito de construir la equidad de género. Pero antes, debemos saber muy bien de dónde partimos.

Eibl-Eibesfeldt comenta en su imponente Biología del comportamiento humano. Manual de Etología Humana (Alianza, 1993, p. 303) que la propia Margaret Mead[2] –cuyas forzadas tesis culturalistas llegaron a ser tan influyentes- reconocía una disposición natural masculina y femenina del temperamento y se quejaba de que el modelo de vida occidental ofrecía a los hombres muy pocos roles emocionalmente satisfactorios debido a una sobrevaloración de las cualidades femeninas. Los hombres –auguraba- se iban a encontrar en una situación bastante difícil pues no tendrían medio de dar expresión a su función agresiva de defensor, filogenéticamente dada, y a sus deseos de valor indi­vidual. Mead propone que la sociedad organice las tareas masculinas de tal modo que den posibilidades de actuar a la disposición del varón a intervenir en favor de las personas próximas a él. Según Mead, toda sociedad que modifica la dirección del temperamento natural de un sexo en el sentido del otro sexo, contrariando su predispo­sición, se encuentra con dificultades... Los mundugumur padecerían por la virilización de sus mujeres, y los arapesh, por el contrario, a causa de la feminización de sus varones (dos de las etnias estudiadas por ella). Para Eibl-Eibesfeldt, estas constataciones de M. Mead en «Male and Female» (1949), que complementan fundamentalmente sus observaciones en «Sex and Temperament» (1935), tienen especial interés porque constituyen una de las raras ocasiones en las que Mead piensa en términos biológicos, oponiéndose a los que niegan la intervención de la biología en la determinación de los roles sexuales (p. 305).

Sin embargo, Mead adquirió su fama justamente por la tesis contraria: la de negar que del substrato biológico se derive algo más que unas mínimas predisposiciones naturales. En sus estudios intentaba demostrar que las conductas asociadas a la masculinidad no eran universales, y que por tanto sólo podían explicarse en términos culturales. El mensaje fue recibido con entusiasmo por el movimiento feminista porque restaba trascendencia a las diferencias sexuales biológicas en la configuración del entramado social. Por aquel entonces, Simone de Beauvoir propugnó la emancipación de la mujer a través de la actividad profesional y la reducción del matrimonio a un vínculo fácilmente revocable que no le comportara limitaciones específicas (legalización del aborto, control de la natalidad, reparto de tareas domésticas). Eibl-Eibesfeldt recuerda que Shulamith Firestone (1970) -consecuente con estos planteamientos- llegó a defender la sustitución de la reproducción natural por la artificial y la entrega de los recién nacidos a pequeños grupos de profesionales su crianza. Según decía, había que acabar definitivamente con el mitificado nexo madre-hijo.

Firestone parecía ignorar que su propuesta de prescindir del vínculo entre madres e hijos ya se había ensayado con resultados nefastos en los kibutz, establecidos en Israel desde las primeras décadas del s. XX. En coherencia con el feminismo utópico del primer socialismo, se dispuso que en estas comunas los niños recién nacidos fueran separados de su progenitores y socializados en hogares infantiles ordenados por edades y a cargo de puericultores especializados (p.320). Las mujeres quedaban así liberadas de la crianza y podían entregarse plenamente a la actividad laboral, liberándose de la dependencia del varón. Sin embargo, estos “hijos de la comunidad”, a pesar de haber ser atendidos por solícitos cuidadores, siempre concedieron más valor al vínculo con sus padres biológicos, aunque sólo compartían con ellos una hora de juegos por las noches. Como estudió M. E. Spiro, las mujeres de la segunda generación –las ya nacidas en los kibutz- acabaron rebelándose contra estos roles artificiosos impuestos en nombre de la ideología y decidieron recuperar su papel de madres y esposas en detrimento del trabajo productivo. Para M. E. Spiro, la conclusión era clara: cuando la manipulación ideológica del ser humano rebasa ciertos límites la naturaleza precultural acaba imponiéndose a los esfuerzos educativos.


Spiro comprobó también que una educación igualitaria no consiguió corregir lo que parecían tendencias innatas derivadas del sexo biológico. Comprobó que los chicos tendían a jugar con objetos grandes que exigían gran fuerza física y se identificaban con animales vigorosos o agresivos de su entorno (caballos, lobos, perros, serpientes...). Las niñas, en cambio, preferían los juegos verbales y de fantasía, en los que solían asumir roles típicamente femeninos como el de madre, a pesar de que no recibían ningún refuerzo social en este sentido, quizás porque necesitaban experimentar la función maternal. Una constatación que lleva a Eibl-Eibesfeldt a afirmar que “fomentar por principio la inseguridad respecto a los roles no puede ser una meta seria de nuestra educación” (p.328).


Desde entonces ha llovido mucho, pero pese a que la equidad de género se ha convertido en un valor irrenunciable y a que la mujer ha alcanzado la plena posesión de sí misma -como explica Lipovetsky en la Tercera Mujer-, persisten con todo las lógicas disímiles en cuanto a los roles sexuales. Aunque la presencia de la mujer en el ámbito laboral es cada vez más equilibrada y, aunque el nuevo modelo es la pareja igualitaria-participativa con una distribución más equitativa de las tareas domésticas es el nuevo modelo, lo cierto es que la mujer no es menos madre que ayer y no se ha producido cambio sustancial de los roles familiares de los dos géneros, que parecen vivir una prórroga de las normas diferenciales de los sexos ahora "recicladas mediante las del mundo de la autonomía". En todo caso, si algo se ha producido es un obscurecimiento del mundo del varón y de su papel como padre, pero ni siquiera eso ha supuesto una renuncia a su tradicional búsqueda de reconocimiento y de prestigio, un rasgo de la subjetividad masculina que parece irrenunciable.

Para escándalo de sus seguidoras feministas más entusiastas, Margaret Mead había escrito en 1949 (Male and Female): «El problema recurrente de la humanidad es definir satisfactoriamente el rol del varón ... de manera que en el curso de su existencia adquiera una sensación sólida de realización irreversible. El conocimiento en su infancia de las satisfacciones que produce el embarazo le habrá dado cierta idea de ese tipo de realización. En el caso de las mujeres bastará, para alcanzarla, que las condiciones sociales dadas les permitan cumplir con su rol biológico. Si las mujeres se muestran inquietas y críticas incluso con la cuestión del embarazo, esta actitud se deberá a la educación recibida. Pero para que los varones alcancen el sosiego y la certeza de que han llevado la vida que debían vivir, tendrán que contar, además de la paternidad, con formas de expre­sión culturalmente elaboradas de carácter duradero y seguro». Mead, pese a lo que tiende a pensarse jamás quiso etiquetarse como feminista y, reflexiones como las anteriores, de hecho provocaron el rechazo de muchas seguidoras que la acusaron de complicidad con la ideología patriarcal dominante.

Por supuesto, desde entonces esta condena se ha dirigido contra cualquier investigador que osase insinuar que los roles sexuales tenían una base biológica, llámense Eibl-Eibesfeldt, Richard Dawkins o Louann Brizendine. Incluso una antropóloga ponderada como Aurelia Martín Casares (Antropología del género, Cátedra, 2006, p.133) no tiene inconveniente en confesar que si las relaciones que la ortodoxia feminista ha definido categóricamente como “de género” (es decir, como creaciones culturales) se fundamentan en el sustrato biológico, se corre el riesgo de reforzar la dominación masculina y dificultar los cambios que el feminismo promueve. Más interesante parece la opción seguida por investigadoras como Tanner y Zihlman, Mascia-Lees o Smuts[3] que han optado por refutar con nuevos estudios científicos las conclusiones que les parecían precipitadas y sospechosas de masculinismo. Al menos, sitúan el debate en el terreno científico y contribuyen a depurar la ciencia de cargas ideológicas. Como sostienen estas investigadoras, el camino no es negar la importancia de las diferencias biológicas, sino evitar que estas se utilicen para justificar cualquier forma de trato discriminatorio.

En cualquier caso y por más reticencias que tengamos para aceptarlo, es evidente que la evolución humana no ha estado guiada por la equidad de género qua ha concebido el feminismo hegemónico; y, en cualquier caso, nuestros cerebros todavía tardarán mucho en cambiar y adaptarse a las circunstancias modernas y antinaturales en que vivimos actualmente. No somos como soñaríamos ser y por más bellos que sean nuestros deseos y fantasías, la realidad de nuestra herencia biológica se impone una y otra vez con tozudez. Por tanto, lo más sensato es explorar cuáles son los márgenes de maniobra de que disponemos y no forzar cambios irrealizables, que acabarán resultando inútilmente opresivos. Precisamente, si algo caracteriza el momento actual es la sensación saturación, de estrés y aturdimiento a que nos conducen unas formas de vida imbuidas de aspiraciones absurdamente irrealizables, porque están situadas más allá de nuestras posibilidades naturales. Y la ideología de género con su miedo al varón y sus consignas negadoras de la masculinidad natural no hace más que aumentar esa tensión asfixiante.

Por supuesto, no pretendo dejar nuestro destino sólo en manos de la biología. Si algo define nuestra condición humana es precisamente el conflicto permanente entre nuestra herencia biológica y nuestros valores y prácticas culturales. De hecho, la singularidad de cada uno de nosotros reside en la forma en que resolvemos las tensiones entre nuestro particular substrato biológico y el medio cultural en el que crecemos y maduramos. Es lógico, por tanto, que reflexionemos sobre los principios y conductas que nos pueden ayudar a vivir una vida mejor y más digna. Contamos para ello con un cerebro maleable y creativo, aunque lento adaptándose a las novedades y los cambios, y tendremos que respetar sus ritmos. La equidad de género ha de constituir un desideratum irrenunciable, pero que no puede comportar la negación de nuestra herencia biológica. Hemos de promover la construcción de identidades de género que favorezcan las relaciones equilibradas y satisfactorias, sin olvidar de dónde venimos y que inercias naturales siguen condicionando nuestra conducta. De lo contrario, esas propuestas se traducirán en nuevas formas de alineación o simplemente languidecerán como mera retórica hueca.

Lo cierto es que afortunadamente el ser humano durante milenios ha demostrado su capacidad para relativizar los máximos culturales más sofocantes y reducirlos a dimensiones plausibles, aunque las leyes y el poder establecido jueguen en contra. Quizás sea en el terreno de “lo plausible”[4] –expresión de lo que podríamos llamar la “sabiduría del pueblo” o el “genio” de la especie- , donde podremos hallar patrones de conducta realistas, dignos de ser promovidos.

Pero, repito nos no olvidemos de los orígenes. Eibl-Eibesfeldt[5] los resume muy bien en este interesante texto (p. 332-333):

La afirmación de que la cultura impone los roles de sexo a las personas culturalmente, como les impone las ropas que visten, no resiste un examen crítico. Existe un modelo universal de división del trabajo entre el hombre y la mujer que se da incluso en los pueblos de cazadores y recolectores, calificados de «igualitarios». Los varones representan el grupo frente al exterior, lo defienden en la lucha y los ritos y son quie­nes habitualmente logran la caza mayor. Junto con estas funciones, sobre todo la de representación hacia el exterior, les compete también el papel directivo —incluso en las llamadas sociedades matriarcales, en las que-los varones de la línea materna tienen el poder de decisión—. Además de estas esferas de dominio viril hay otras en que tie­nen la palabra las mujeres. Entre ellas se cuenta el ámbito socialmente muy impor­tante de la crianza de los hijos, así como el de la coherencia interna del grupo, un te­rreno todavía muy poco investigado. En los pueblos tribales hombre y mujer contribuyen económicamente con igual importancia, pero de diferente manera, al régi­men doméstico. Ambos son mutuamente dependientes en lo económico. Así, a lo largo de casi toda la historia se ha mantenido un emparejamiento cuasi simbiótico. Sólo en tiempos históricamente recientes se produjo el desequilibrio, con un predomi­nio económico del varón.

Hombres y mujeres están biológicamente condicionados por su constitución corpo­ral, su fisiología y su conducta para la diferenciación de los roles sexuales en la división del trabajo. Hombre y mujer se distinguen entre sí por su conducta, percepción y moti­vación. La mayoría de las diferencias son cuantitativas (sexualmente típicas) y algunas también cualitativas (sexualmente específicas). Las diferencias aparecen incluso cuando se actúa en su contra mediante la educación. Así, el kibutz se esforzó por dar una edu­cación «igualitaria» opuesta a los tradicionales roles de sexo. Pero a la revolución femi­nista le sucedió una contrarrevolución femenina, con una vuelta a los modelos familia­res tradicionales. Investigaciones sobre los juegos infantiles realizadas en el kibbuz pusieron de manifiesto que los niños elegían como modelos sociales a los adultos de su mismo sexo; las niñas, por su parte, imitaban en sus juegos sólo a la madre asistencia! entre todo el repertorio de modelos femeninos que se les ofrecían. Es evidente que tales preferencias están condicionadas por adaptaciones filogenéticas.


La influencia hormonal durante el desarrollo embrionario e infantil tiene gran im­portancia en el establecimiento de las disposiciones masculinas y femeninas...

La tendencia del varón al dominio se basa, sin duda, en una herencia que se re­monta a los primates. Dicha tendencia ha llevado, a menudo hasta el día de hoy, en mu­chos pueblos a la opresión de la mujer. Esta situación debe ser superada, cosa que no se logrará, si se siguen negando las diferencias existentes. Debemos reconocerlas, si quere­mos controlar aquellos ámbitos de nuestra conducta que gravan la convivencia. Las di­ferencias entre los sexos son, en su aspecto favorable, un reto para lograr la igualdad de derechos entre los miembros de la pareja, complementarios el uno del otro.

Macho

Hembra

comportamiento sexual

.más acoso, menos coqueteo

.el miedo reprime la conducta sexual

.menos acoso, más coqueteo

.el miedo no reprime la conducta sexual

crianza

.más acoso, menos coqueteo

.el miedo reprime la conducta sexual

.fuerte tendencia al cuidado de las crias (ya antes de la pubertad)

agresividad

.más agresión activa

.más juegos agonales en la juventud

.más defensa (también territorial)

.más capacidad para imponerse y .más iniciativa de mando

.más intervención social directa

. más comportamientos de prestigio

. más indagación del entorno (exploración) superior tolerancia al «arousal»

.menos agresividad activa

.menos juegos agonales en la juventud

.menos defensa

.menos capacidad para imponerse y menos

iniciativa de mando

.más disposición a avenirse y precaver

.menos comportamientos de prestigio

.menos gusto por la exploración

.tolerancia al «arousal» más baja

conducta social y socialización

. son más lentos en establecer entre ellos relaciones de confianza. . menor comportamiento social de contacto y asistencia (p. ej. de mutuo aseo del pelaje)

. mayor distancia social

. tendencia a la periferización social en el desarrollo

. tendencia más fuerte a la jerarquización social

. más comportamientos intimidatorios

. menos comportamiento imitativo de adaptación

(actitud más bien «individualista»)

. comportamiento espontáneo menos solapado,

.estrategias sociales más abiertas

. logran establecer con mayor rapidez relaciones sociales mutuas de confianza

. más comportamiento social de contacto y

asistencia

. menor distancia social

. falta de tendencia a la periferización social en el desarrollo

. tendencia menor a la jerarquización social

. menos comportamientos intimidatorios

. más comportamiento imitativo de adaptación (actitud más bien «oportunista»)

. comportamiento espontáneo más solapado,

. estrategias sociales más rebuscadas

Patrones de conducta sexualmente típicos de los primates catarrinos (según Ch. Vogel 1977)



[1] EIBL-EIBESFELDT, Irenäus: Comunicación y sociedad de masas. Una perspectiva etológica http://es.geocities.com/paginatransversal/irenaus/index.html



[2] El antropólogo australiano Derek Freeman sometió a severa crítica los métodos utilizados por Mead en Samoa y mostró el carácter sesgado de sus conclusiones etnográficas sobre la existencia de una sexualidad libre y abierta (Freeman demuestra justamente lo contrario), modelo que ella postulaba para la sociedad norteamericana.

[3] En http://www.posgrado.unam.mx/publicaciones/omnia/anteriores/41/08.pdf puede encontrase un buen resumen de las principales críticas realizadas por estas investigadoras y otras posteriores. Hay que señalar que las últimas investigaciones en genética y neurología parrecen reforzar las tesis opuestas a las sostenidas por estas autoras.

[4] Ninguna campaña feminista en contra de “la mujer-objeto del deseo masculino” ha evitado que las adolescentes renuncien al juego de la seducción característicos de las hembras de nuestra especie. Antaño, ninguna prédica religiosa consiguió reprimir eficazmente la fogosidad sexual masculina.

[5] Aunque el texto original data de 1984, ninguna investigación posterior parece haberle restado validez.

miércoles, agosto 06, 2008

La pareja de papá

El País ayer también se hizo eco del libro de Nora Rodrígez Hermanos cada quince días sobre familias recompuestas. Supongo que para todo aquel que se sienta lejano a esta nueva realidad, este asunto suscitará muy poco interés. Pero conviene reparar en una previsión de El País: en 2020 posiblemente este tipo de familias superarán a las convencionales. No es un temá baladí. Estas nuevas estructuras familiares se están convirtiendo en posiblemente en el mayor y más complejo espacio de experimentación de las relaciones humanas jamás concebido. Quienes se sumergen en ellas, carecen de modelos de referencia y se sienten impelidos a construirlo prácticamente todo desde cero sin poder dar nada por supuesto. Y eso generalmente en un medio donde son frecuentes los malos entendidos, las hostilidades encubiertas o no y los golpes bajos (por el camino han quedado heridos y damnificados, con frecuencia predispuestos a hacerse notar). En esas circunstancias, ser creativo es ineludible. Y también ser generoso, tener paciencia -mucha paciencia- y aprender a zafarse de los enredos gratuitos. Todavía seguimos bajo el paradigma de la familia nuclear tradicional y casi nadie se ha percatado de la naturaleza de la empresa en la que nos hallamos inmersos, empezando por los que deberían estar más directamente interesados que, como puede comprobarse leyendo el reportaje de El País, se obstinan en improvisar familias de siempre, negando o ignorando la mochila que cada uno de sus miembros lleva a cuestas. El objetivo debería ser más realista. De lo que se trata es de “generar amor, promover esperanza y contener el sufrimiento mental” de sus integrantes como señalaban Meltzer y Harris, en El papel educativo de la familia (1989), y, si eso implica ir más despacio o modificar las prácticas rituales de las familias convencionales, pues bien venido sea. No olvidemos que los hijos necesitarán mantener especialmente vivo el vínculo con su progenitor y necesitarán seguir disponiendo de tiempos y espacios propios para experimentar de modo específico esa vinculación. Y que la nueva pareja no deberá caer en el error de pretender hacer de padre o madre de quienes no son sus hijos. Y que todos deberán aprender a no dejarse intimidar por los desajustes que ocasionalmente puedan producirse (aparentes rechazo, instrucciones contradictorias, niveles de flexibilidad diferentes, divergencias de criterio, hábitos difíciles de conciliar, etc.) . Siguiendo estas pautas y manteniendo una actitud constructiva –comprensión, cariño, respeto, autenticidad-, cada miembro de la nueva estructura familiar acabará por sentirse seguro y a gusto en el nuevo entramado, sin que eso por otra parte implique descontrol, ni ausencia de normas o autoridad.


En la playa con el hijo del novio de mi madre

Las nuevas familias afrontan los problemas de convivencia en verano - En muchas rupturas recientes es la hora de la revancha

ISABEL PEDROTE , EL PAÍS - Sociedad - 05-08-2008

La escena sucede en Disneyland París. En una cola esperan un hombre que acaba de inaugurar la cuarentena, una mujer algo más joven, un adolescente conectado a unos auriculares que se balancea al ritmo que decreta la música, una niña de unos 11 años y otra de tres sobre los hombros de su padre. La clásica familia nuclear española de vacaciones en un parque temático. Nada es lo que parece: el chico es hijo de un matrimonio anterior de él; la niña mediana, de uno de ella; y la pequeña, de los dos. He aquí un ejemplo de los nuevos modelos de familia que avanzan a paso de gigante y a punto están de desbancar a la tradicional.
En la jerga sociológica se llaman familias reconstituidas (parejas con al menos un hijo no común, fruto de una relación previa). Los datos oficiales son escasos y antiguos: el censo de 2001 -el último del Instituto Nacional de Estadística (INE) que registró los cambios en la composición de los hogares- contabiliza 233.000 segundas o terceras reagrupaciones, aunque otros estudios privados hablan ya de 460.000 y vaticinan que para 2020 serán mayoría.
La revolución familiar que ha experimentado España ha cambiado también las vacaciones. ¿Cómo las viven estas familias? ¿Qué hacen para encajar el rompecabezas de intereses? ¿Cómo se lo toman los niños? ¿Qué pasa cuando hay rechazo? ¿Se va cada padre por su lado con sus hijos?
A decir de los especialistas, en vacaciones hallamos dos tipos de nuevas familias: la que mantiene una relación de tiempo, con rodaje y baqueteada, donde el problema está más en la logística -la manera de casar trabajo y disponibilidad de los niños- que en la empatía de sus miembros; y la reciente, que aprovecha los periodos de asueto para experimentar por primera vez la convivencia.

Isabel M., la mujer de la secuencia tópica de Disneyland, pertenece al segundo grupo, y aún recuerda con horror aquel viaje a París. Fue hace dos años: los chicos mayores apenas conectaron y, además, el adolescente, cuya incorporación al veraneo había sido a trancas y barrancas después de una persistente (y, al final, imperativa) labor del padre, se dedicó con ahínco a dar la tabarra a la madrastra, todavía enojado por la ruptura de sus progenitores y receloso de la estrenada situación.

Porque debajo de la concatenación de oraciones subordinadas con las que se suelen definir los flamantes entramados familiares -el hermano del hijo del novio de mi padre, por ejemplo- hay una variada gama de combinaciones y un universo de sentimientos, algunos encontrados.
"Nos pareció un buen plan para que el mayor se integrara de una vez, su hermana pequeña ya había cumplido los tres años y aún no habíamos pasado una temporada todos juntos, sólo hacía visitas cortas", explica Isabel, médico de 39 años, que conoció a su segundo marido en el trabajo. "La nueva pareja intenta vivir el patrón de las vacaciones de la familia feliz y comete el error de juntarlos a todos por las buenas. Se dan de bruces contra la realidad porque terminan siendo las peores vacaciones de su vida", opina la pedagoga argentina Nora Rodríguez, autora de Hermanos cada 15 días (Integral, 2008). "Los padres creen que se van a dar una buena oportunidad y que es una ocasión fantástica para conocerse todos y crear vínculos, pero lo hijos puede que vayan en otra dirección", añade.

Para escribir el libro, Rodríguez, profesora de Formación Docente del Campus Universitario de la Mediterránea en Barcelona, ha entrevistado a un centenar de personas. De sus páginas sale la cifra de 460.000 familias reconstituidas en España y la proyección de que en 2020 es probable que, vivan o no en la misma casa, superen a las nucleares clásicas. No es descabellado. Según los últimos datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el número de divorcios registrados a lo largo de 2007 en España fue de 130.840, y el de separaciones, de 10.210. El INE señala que cada año más de 100.000 menores ingresan en el apartado de hijos de divorciados, lo que significa que estos niños se convierten en integrantes de las nuevas familias, ya sea por parte de madre, de padre, o de ambos.
Carmen O., técnica de publicidad de 45 años, se encuentra en el grupo de parejas consolidadas que ha ido explorando pacientemente la convivencia hasta culminar en unas vacaciones con todas las patas de la familia reunidas. Lo que no le ha evitado horas de cálculos y un esfuerzo denodado: ella y su novio -que mantienen sus respectivos domicilios- han recurrido al ordenador para confeccionar un cuadrante y que nadie salga perjudicado. Sobre todo Mario, el hijo de Carmen, con 15 años y las hormonas enloquecidas. Está en una etapa en la que su concentración se limita a dos plays, la Play Station y el Playboy, por lo que renunció a un viaje al Caribe si tenía que aguantar a las niñas de Federico (el novio de la madre), de 11 y 8 años, edades absolutamente fuera de su constelación, pese a que la relación con sus nuevas hermanas está exenta de conflictos.
Tras mil y una vueltas al calendario, a los turnos de sus respectivos trabajos y a los dos ex (que a su vez, han tenido descendencia de sus segundas uniones), el embrollo se ha resuelto a fuerza de aflojar pasta: una semana de crucero con las niñas, otra todos juntos en el barco de Federico (con la condición de que Mario pueda llevar a un colega para no aburrirse) y, por último, la pareja sola en Nueva York. Carmen, además, ha pasado unos días con Mario y su madre, que está medio impedida, un factor más a considerar en la difícil ecuación cuando se ha cruzado el umbral de los cuarenta. "Podría haber optado por que cada uno estuviera con sus niños, y luego irnos solos, pero es una relación de tiempo y creo que es importante implicarte afectivamente con los hijos de tu pareja", razona la publicista.
Algo así ocurre poco. Lo común, y más ahora con la cada vez más colosal crisis, es que no se disponga de dinero ni tiempo para disfrutar de tan fastuoso veraneo. Nora Rodríguez cuenta que la mayoría suele tener un par de semanitas y en ellas intenta la agrupación total. "Los padres deberían dedicar dos o tres días a sus hijos biológicos, a un niño le molesta mucho que su padre lo trate igual que a los hijos de su pareja. Ellos necesitan saber que siguen siendo exclusivos".
La exclusividad está garantizada en las rupturas recientes o conflictivas. Juan Luis Rubio, presidente de la Asociación de Padres de Familia Separados (22.000 asociados), explica que lo habitual es repartir las vacaciones entre los hijos y la pareja. "Es muy raro juntar a todos, se renuncia al intento, y no por falta de conexión, sino por temor a que la madre o el padre biológico de los niños se entere de que van a estar con la otra o el otro y saboteen las vacaciones. Es un riego que casi nadie asume".
Si la familia de origen terminó mal, la nueva tardará más en arrancar. A veces las ex parejas aprovechan las vacaciones para tomarse la revancha. Según Rubio, el 60% de los miembros de su organización -hay que tener en cuenta que si acuden a ella es porque tienen problemas- cuando va a buscar a sus hijos se encuentra con que o no están, o no quieren ir con ellos por lo que algunos psicólogos llaman síndrome de alineación parental, el rechazo hacia un progenitor que el otro fomenta en el hijo. "Acuden al juzgado, pero el periodo de vacaciones se agota antes de que terminen los trámites", lamenta.
El teléfono de Manuel Parrilla echa fuego en estas fechas. Abogado matrimonialista, ha llevado el caso de una madre lesbiana, no biológica, a la que la juez ha reconocido en una sentencia como progenitora, sin haber presentado siquiera los papeles de adopción. "Muchos padres utilizan a los niños como arma de presión si no han recibido, por ejemplo, la parte de los gastos extraordinarios que ellos piden. Entonces, si el convenio no refleja hora de entrega, los llevan a las doce de la noche, o justo después de que haya salido el avión rumbo al destino vacacional".
Parrilla opina que los incumplimientos de los regímenes de vacaciones se podrían resolver de forma más ágil desde los órganos judiciales con una simple llamada de teléfono. Según él, es lo que hace la juez de familia de Sevilla María Núñez: llama ella misma y solventa el escollo.
Algunos colectivos niegan la existencia del síndrome de alienación parental porque no está diagnosticado por la Organización Mundial de la Salud. Lo que no se pone en duda es que en ocasiones la aceptación por parte de los hijos de la nueva pareja es un muro difícil de derribar. Antes que la sociedad, el reconocimiento a la familia que se crea lo da la familia de origen. El psiquiatra Roberto Pereira escribe en un artículo que las familias reconstituidas nacen de la pérdida (el divorcio o separación), una pérdida que comporta un duelo, y un vía crucis emocional. Desde que se divorció hace cuatros años, Samuel N., funcionario de 50 años, ha hecho el esfuerzo de guardar una parte de su descanso laboral para viajar con su hija. Los dos solos.
La chica, que cuando empezó todo tenía 15 años, se resiste a convivir un fin de semana con la pareja de Samuel, un entuerto que no tuvo que afrontar con los dos mayores porque ya eran independientes. Ahora se acaba de casar, y ha dicho que se terminó: "Mi hija tiene que respetar mi elección y no puede organizarme la vida". La joven (ya ha cumplido 19 años) se ha perdido un recorrido por las ciudades más turísticas de Italia junto a Samuel, su esposa y la hija de ésta, de 14 años, quien, por cierto, repite la misma pauta de comportamiento que su hermanastra con la mujer de su padre como diana.
¿Qué hay de las situaciones que describen con humor teleseries como Los Serrano? En las tramas inventan poco. Existen. En una pequeña ciudad costera andaluza aún se comenta el desenlace del matrimonio de un viudo con cuatro hijos y una divorciada con tres. Cuando la mujer se cruzaba con las amigas en el centro comercial comentaba aliviada lo bien que habían conectado los menores de la recién inaugurada saga: una chica de 16 años y un chico de 18. Y tanto que habían conectado. Mucho. Al poco tiempo, los murmullos y trasiegos nocturnos descubrieron a los estupefactos padres que los niños se habían enamorado.
Las parejas de gays y lesbianas con hijos de uniones previas lo tienen doblemente complicado. La relación ha de estar muy asumida por el entorno para pensar en unas vacaciones. César Sanz, secretario de Galehi (Asociación de Familias de Gays y Lesbianas con Hijos e Hijas), dice que aún no lo han analizado con detenimiento, pero lo que sí han constatado es que cada vez habrá más, porque las personas que han tenido hijos "tardan en salir del armario". Rosa H. relata cómo un proyecto de vacaciones fue la chispa que hizo que se fuera al traste su relación con una mujer con dos hijos de padres diferentes. "El progenitor del segundo no lo consintió, amenazó con quitarle a mi pareja la custodia y con el desgaste todo se derrumbó".
La pedagoga Nora Rodríguez aconseja a las nuevas familias no forzar vínculos instantáneos, que traten de conciliar diferentes gustos y hábitos para ver qué se puede hacer y qué no. "De cómo se afronten las primeras vacaciones dependerá el modo que enseñemos la parte de socialización, la parentalidad". Si se alquila una casa o se va a un hotel, que cada uno tenga un lugar en el que se sienta cómodo, porque va a ser su refugio.
No se trata de hacer cosas espectaculares para impresionar a los hijos, el efecto puede ser contraproducente. Rodríguez recuerda el caso de una niña pequeña a la que le habían preparado todo un planazo con la novia del padre y el hermanastro. Pero la cría reaccionó en dirección opuesta porque disfrutó tanto que quiso hacer partícipe a sus seres queridos.
Al final de la jornada, en la terraza de una cafetería, se hace balance.
-¿Te lo estás pasando bien? -le pregunta el padre.
-Sí, sí, me lo estoy pasando muy bien, ¡qué pena que se lo haya perdido mamá! ¿Por qué no ha venido?
A la mamastra se le atragantó la aceituna.

sábado, agosto 02, 2008

Divorciados, separados y recompuestos

Casi siempre los cambios se producen en la orilla y, sin duda, este aserto se está cumpliendo una vez más en la transición hacia las nuevas masculinidades (y feminidades). Basta pensar en los hombres separados o divorciados. Si alguna figura ha contribuido a normalizar la imagen de un hombre que cuida de sus hijos y se ocupa de las tareas domésticas es la del separado o divorciado. Seguro que en una futura historia de las identidades de género se reconocerá su decisivo papel. ¿Quién no conoce a alguien en esas circunstancias que ha asumido plenamente este rol antes asociado a las mujeres?. Lamentablemente, todavía son legión los hombres separados a los que sus exmujeres no les dan esa oportunidad, porque prefieren monopolizar la función parental, pero aún así, empiezan a abundar los ejemplos de este hombre nuevo que ya ha superado esa etapa de dependencia y subordinación doméstica en la que todavía siguen anclados la mayoría de los hombres.

Esos hombres han vivido una experiencia inédita y poderosamente transformadora: se han sentido por primera vez responsables únicos de sus hijos y de su hogar, protagonistas ineludibles en un ámbito que no habían acabado de sentir como propio. El complejo de incompetencia doméstica está tan interiorizado en los hombres que se asombran gratamente al comprobar que también es posible la vida doméstica a través del padre. Descubren que también ellos pueden ser competentes en la gestión de los horarios y ritos cotidianos (comidas, parque, cuadernos escolares, etc.), que la vivencia de los espacios y rutinas del hogar puede ser muy enriquecedora (cocinar, lavar, planchar, limpiar la casa, comprar la comida, la ropa de los niños , los productos de limpieza); y de cuán gratificante puede ser fomentar actividades que favorezcan las confidencias: jugar, pasear, comer y cenar sin encender la televisión, ver y comentar películas, leer juntos, etc.); o mimar las redes sociales (invitar a la familia, a los amigos de sus hijos, a los papás de los amigos de sus hijos). Esta aventura generalmente se produce en el contexto agobiante de unos tiempos escasos trabajosamente conquistados (fines de semana, alguna tarde entre semana), y bajo la presión permanente de unas leyes infamantes que les amenazan con constantes penalidades, algo que no hace sino estimular el anhelo de mayores dosis de esta nueva vida doméstica.

Sin embargo, vaya por delante que no pretendo hacer apología de la monoparentalidad, ni mucho menos. Considero la vida de pareja mucho más deseable que la del “single” con hijos. Pero, entiendo que un hombre que ha pasado por la experiencia de la separación está en inmejorables condiciones para reemprender de nuevo la vida de pareja sobre supuestos nuevos y mas adaptados al medio actual. De hecho, las familias recompuestas también están en la vanguardia de los cambios de los roles de género domésticos. En estas estructuras familiares de nuevo cuño, ninguno de los dos progenitores tiene la tentación de patrimonializar en exclusiva la parentalidad y la vida hogareña, o de automarginarse de estos ámbitos, sobre todo si ambos aportan hijos, porque a ambos las circunstancias les han obligado a desarrollar las competencias domésticas. En una familia recompuesta, es muy difícil que el padre renuncie al territorio doméstico recién conquistado durante su etapa de separado o que la mujer monopolice la gestión de la hogar. Se trata de un trascendental cambio de tendencia de las inercias tradicionales, y especialmente doloroso para las mujeres, que se resisten -más de lo que están dispuestas a reconocer- a perder terreno en el ámbito doméstico. Es evidente que existen estructuras patriarcales en la sociedad, pero también que la mayoría de los hogares siguen funcionado como poderosos matriarcados.

Por otra parte, en las familias recompuestas se ha aprendido la lección de un matrimonio fracasado y ambos cónyuges saben de la necesidad de cuidarse como pareja y de ser generosos, imaginativos y flexibles. Si se quiere sacar adelante una estructura familiar tan compleja, no valen los estereotipos, las convenciones tradicionales, ni las fórmulas preestablecidas. La creatividad es esencial para que este proyecto vida se consolide. Por eso, creo que estas familias están en la avanzadilla de los cambios de roles que exigen los nuevos tiempos.

Hay países como Islandia, que ya han realizado un largo recorrido en este terreno. En el reportaje de El País, que incluyo, puede comprobarse. Por cierto, me maravilla la normalidad social con la que se relacionan en Islandia los excónyuges con sus respectivas nuevas parejas e hijos. Un ejemplo de sabiduría emocional del que nos convendría aprender. Pero problemas los hay, por eso he recogido otro reportaje de La Vanguardia sobre familias recompuestas, elaborado con motovo de la publicación del libro Hermanos cada 15 días (Ed. Integral) de Nora Rodríguez.

Fragmento del reportaje “La buena vida” sobre Islandia

JOHN CARLIN. EL PAIS SEMANAL. 06-04-2008

El índice de natalidad más elevado de Europa + la mayor tasa de divorcios + el mayor porcentaje de mujeres que trabajan fuera de casa = el mejor país del mundo para vivir. Hay algo que tiene que estar mal en esta ecuación. Si se unen esos tres factores –montones de hijos, hogares rotos, madres ausentes–, el resultado tiene que ser la receta para la miseria y el caos social. Pues no. Islandia, el bloque de lava subártico al que se refieren estas estadísticas, encabeza las últimas clasificaciones del Índice de Desarrollo Humano del PNUD, lo cual significa que, como sociedad y como economía –en relación con la riqueza, la sanidad y la educación–, es el mejor lugar del mundo. Podría replicarse: muy bien, pero con sus oscuros inviernos y sus veranos nada tropicales, ¿son felices los islandeses? La verdad es que, en la medida en que es posible medir esas cosas, lo son. Entre otras estadísticas, un estudio académico aparentemente serio aparecido en The Guardian en 2006 decía que los islandeses eran el pueblo más feliz de la Tierra (el estudio posee cierta credibilidad, puesto que llegaba a la conclusión de que los rusos eran los menos felices).

Oddny Sturludóttir, una mujer de 31 años con dos hijos, me contó que tenía una buena amiga de 25 con tres hijos de un hombre que acababa de abandonarla. “Pero no tiene ninguna sensación de crisis”, dijo Oddny. “Está preparándose para seguir adelante con su vida y su carrera con una actitud perfectamente optimista”. La respuesta a la pregunta de por qué la amiga no piensa que sea una crisis lo que cualquier mujer de cualquier parte del mundo occidental consideraría una catástrofe ayuda a explicar por qué los 313.000 habitantes de Islandia son tan sensatos, alegres y triunfadores.

Existen, eso sí, otros factores más visibles. Los datos son abundantes: el país con la sexta renta per cápita del mundo; en el que la gente compra más libros; en el que la expectativa de vida para los hombres es la más larga del mundo, y para las mujeres está entre las más altas; el único país de la OTAN que no tiene Fuerzas Armadas (se prohibieron hace 700 años); el que tiene la mayor proporción de teléfonos móviles por habitante, el sistema bancario que más rápidamente está expandiéndose en el mundo, el increíble crecimiento de las exportaciones, el aire cristalino, el agua caliente que llega a todos los hogares directamente desde las cañerías naturales de las entrañas volcánicas, y así sucesivamente.

Pero ninguna de estas cosas sería posible sin la sólida seguridad en sí mismos que define a los islandeses, y que, a su vez, nace de una sociedad que está culturalmente orientada –como prioridad absoluta– a educar niños sanos y felices, con todos los padres y madres que sea. En gran parte es herencia de sus antepasados vikingos, cuyos hombres... al menos, tenían la coherencia moral de no mostrarse celosos por las aventuras de sus esposas, unas mujeres que se encargaban de alimentar a la familia en la dureza de tundra de esta isla del Atlántico norte mientras los maridos se iban de exploraciones por el mundo durante años. Como me explicó una abuela con varios nietos en mi primera visita a Islandia, hace dos años, “los vikingos se iban a otros países, y las mujeres eran las que mandaban y tenían hijos con los esclavos, y cuando los vikingos regresaban, los aceptaban con un espíritu de cuantos más, mejor”.

Oddny –una pianista esbelta y atractiva que habla alemán con fluidez, traduce libros del inglés al islandés y es concejal en la capital, Reikiavik– es un ejemplo contemporáneo de lo mismo. Hace cinco años, cuando estudiaba en Stuttgart, se quedó embarazada de un alemán. Durante el embarazo rompió con él y volvió a juntarse con un viejo amor, un prolífico escritor y pintor islandés llamado Hallgrimur Helgason. Los dos volvieron a Islandia a vivir juntos con el recién nacido y posteriormente tuvieron una hija en común. Hallgrimur adora a los dos niños, pero Oddny cree importante que su hijo mayor conserve una relación estrecha con su padre biológico. Así que, de forma habitual, el alemán va a Islandia y se aloja en casa de Oddny y Hallgrimur una o dos semanas.

“Las familias hechas de retazos son una tradición aquí”, explica Oddny, que no ha ido a trabajar y está en casa esta mañana de jueves para cuidar de su hija pequeña, a la que le duele el oído. “Es normal que las mujeres tengan hijos con más de un hombre. Pero todos son familia”. El caso de Oddny no es nada atípico. Cuando llega el cumpleaños de un niño no sólo acuden a la fiesta las distintas parejas de padres, sino también todos los abuelos, y flotas enteras de tíos y tías.

Islandia, situada en medio del Atlántico norte y con Groenlandia como vecino más próximo, estaba demasiado lejos para que nadie llegara hasta allí aparte de los más obstinados misioneros cristianos medievales. Es un país en gran parte pagano, como les gusta decir a los nativos, sin la carga de los tabúes que tanta inquietud generan en otros lugares. Eso significa que son personas prácticas y que van al grano. Y eso significa, a su vez, montones de divorcios. “No es algo de lo que estar orgullosos”, dice Oddny, con una sonrisa, “pero el caso es que los islandeses no se aferran a relaciones que van mal. Se van”. Y el motivo por el que pueden hacerlo es que la sociedad, empezando por los padres, no les estigmatiza. El incentivo de “permanecer juntos por los niños” no existe. Los niños van a estar estupendamente porque toda la familia se unirá a su alrededor, y lo más probable es que los padres sigan teniendo una relación civilizada, basada en la decisión, normalmente automática, de que la custodia de los hijos va a ser compartida.

La comodidad de saber que, pase lo que pase, el futuro de los hijos está asegurado explica también por qué las mujeres islandesas, pese a ser tan modernas (Islandia eligió a la primera mujer presidenta del mundo, una madre soltera, hace 28 años), persisten en la vieja costumbre de tener hijos cuando son muy jóvenes. “No estoy hablando de embarazos no deseados de adolescentes, que quede claro”, dice Oddny, “sino de mujeres de 21 o 22 años que desean tener hijos, muchas veces cuando todavía están en la universidad”. En una universidad española, una alumna embarazada es poco frecuente; en Islandia, incluso en la Universidad de Reikiavik, que está orientada hacia el mundo de la empresa, no sólo es habitual ver en la cafetería a chicas embarazadas, sino a otras amamantando. “Prolongas los estudios un año, vale, ¿y qué más da?”, dice Oddny. “Nadie piensa, por tener un hijo a los 22: ¡Dios mío, se me ha acabado la vida! Se considera una estupidez esperar hasta los 38. Nos parece muy saludable tener muchos niños. Todos los bebés son bienvenidos”.

Sobre todo porque, cuando una persona está trabajando, el Estado le da nueve meses de permiso por hijos remunerado, que pueden repartirse entre el padre y la madre como les parezca. “Eso quiere decir que los empresarios saben que un empleado varón tiene tantas probabilidades como una empleada mujer de acogerse a una baja para cuidar del niño”, explica Svafa (se pronuncia Suava) Gronfeldt, rectora de la Universidad de Reikiavik y antes alta ejecutiva. “El permiso de paternidad marcó el punto de inflexión para la igualdad de la mujer en este país”.

Svafa ha aprovechado la oportunidad plenamente. Con su primer hijo utilizó ella la mayor parte del permiso, y con el segundo fue su marido. “Yo estaba en un trabajo con el que tenía que viajar 300 días al año”, explica. Tuvo dudas, pero quedaron paliadas, en parte, con la seguridad de que su marido estaba en casa, y en parte, con la maravillosa educación pública que ofrece Islandia, y que empieza por las guarderías de jornada completa, hasta tal punto que las escuelas privadas son prácticamente inexistentes. “El 99% de los niños, tanto si sus padres son fontaneros como multimillonarios, acuden al sistema estatal”, dice Svafa.

El puesto de los 300 días era el de viceconsejera delegada responsable de fusiones y adquisiciones en una empresa de genéricos farmacéuticos llamada Activis, en la que trabajó seis años. Durante ese periodo, la compañía pasó de ser un pez diminuto a la tercera de su categoría, y compró 23 empresas extranjeras, incluido un gigante de Nueva Jersey por 500 millones de dólares en 2005. Svafa no sólo hace propaganda de su antigua firma –que dejó cuando ya no se sintió capaz de soportar el sentimiento de culpa por sus ausencias maternales–, sino que enumera varias de las mayores proezas empresariales que ha logrado su país en los últimos 10 años, un periodo de expansión en una economía tradicionalmente basada en la pesca. No sólo hay ya bancos islandeses en activo en 20 países; no sólo la empresa Decode, con sede en Reikiavik, es líder mundial en la investigación biotecnológica del genoma; no sólo las firmas islandesas están devorando empresas alimentarias y de telecomunicaciones en el Reino Unido, Escandinavia y el este de Europa, sino que Islandia es el líder mundial en fabricación de prótesis. “¿Ese atleta surafricano que ha perdido las dos piernas, pero que corre a velocidades olímpicas? Sus piernas artificiales se construyeron aquí”, afirma.

Svafa es una mujer vivaracha con el pelo corto y una mente aguda y llena de humor. Y su despacho es como ella. Espacioso, minimalista (tanto que no tiene ni siquiera una mesa) y moderno, con la limpieza del estilo nórdico; parece más bien un salón, y tiene unas vistas de morirse. Desde una ventana se ven los tejados rojos y verdes, como de Monopoly, de Reikiavik, hasta el puerto pesquero y el mar de color azul oscuro; la otra da a una cadena de montañas bajas y cubiertas de nieve. Es un paisaje bellísimo, pero muy duro para vivir, sobre todo en los mil años que Islandia estuvo habitada antes de que llegaran la electricidad y el motor de combustible. “No sólo hay que ser duro, sino imaginativo, para sobrevivir aquí”, dice Svafa. “Si uno no usa la imaginación está acabado; si se queda quieto, se muere”...


Las nuevas relaciones familiares

Mamá, ¿es mi hermano?.Hijos de distintas parejas conviven en los nuevos modelos de familia.

NÚRIA ESCUR – La Vanguardia. 09/07/2008

Ser padre o madre en una familia distinta de la tradicional implica desarrollar una gran capacidad para superar obstáculos. El concepto de familia se ha multiplicado y, como consecuencia, el concepto de hermano ha encontrado nuevos espacios y nuevos significados. Algunos desligados absolutamente de la tradición y sin vínculo sanguíneo. ¿Cómo afrontar toda esa nueva tipología de relaciones?

Aprender desde cero.

La capacidad para ser padres en el siglo XXI va más allá de lo biológico, exige un plus de compromiso. Todos empiezan desde cero. Ellos, los hijos, están aprendiendo sobre la marcha a tener nuevos modelos de "hermanos". Y los servicios sociales se replantean nuevas ayudas adaptadas a esas situaciones. Es labor de todos que el engranaje funcione en próximos lustros.

Amparo Valcarce, secretaria de Estado de Política Social, cree que las familias españolas están demostrando ser capaces de integrar nuevos modelos: "Hoy en día, las llamadas familias reconstituidas, es decir, con hijos de relaciones previas, son un fenómeno emergente que debe ser protegido socialmente y, como es lógico, la ley las contemplará como un modelo de familia más".

Todos esos desafíos futuros se perfilan en el libro Hermanos cada 15 días (Ed. Integral), que se presenta hoy en Barcelona, donde la pedagoga y filóloga Nora Rodríguez analiza los estereotipos e intenta dar respuesta a las preguntas que más desasosiegan a los progenitores: ¿cómo encontrar el equilibrio dentro de las nuevas familias?, ¿qué términos acuñar?, ¿qué significa nosotros cuando ese concepto sólo se pone en práctica varios días al mes o por temporadas?

Hoy en día las segundas o terceras reagrupaciones familiares superan, tan sólo en España, las 460.000. La primera advertencia es tranquilizadora: "No hay un peor o mejor modo de vivir en familia. No hay familias de primera categoría y familias de segunda. Hay hogares y cada uno de ellos tiene su identidad?". O lo que es lo mismo: en pocos años tal vez no haya que oír "mi familia es distinta".

Vínculos inexistentes.

Durante nueve años, Nora Rodríguez trabajó con niños conflictivos. Ha sido una pionera en el estudio de la violencia escolar con libros como Guerra en las aulas y Stop bullying, y también es la creadora del primer proyecto (Atenea) para frenar la violencia en los colegios.

Cree que la tipología de hermanos que propicia más conflictos es la de hijos de padres separados obligados a convivir con personas con quienes no hay una historia en común. "Tienen que crear vínculos inexistentes, y la única opción que encuentran es intentar que esos vínculos no sean muy fuertes, por si se rompen. Así se protegen".

Las actitudes resultantes son muy diversas. A veces desean estar con ellos pero también sienten rechazo. No hay que olvidar, insiste la especialista, que donde hay hijos de distintas familias hay detrás muchas personas adultas opinando sobre lo que deben hacer o cómo comportarse. "Eso les confunde".

Ser hermano o sentirse hermano.

Hijos de primeras y segundas parejas, hijos biológicos, adoptados y acogidos, hijos de padres separados, hijos de gais y lesbianas, hijos de familias monoparentales. Hermanos que se sienten hermanastros y hermanastros que se sienten hermanos.Encuentros y desencuentros de padres separados e hijos, hermanos que no se ven o no se conocen. ¿Cómo gestionar todos esos sentimientos? Partiendo de que no hay un modelo mejor ni peor, insisten los expertos.

A veces la solución está, sencillamente, en otorgar una palabra a la categoría: al referirse al "nuevo hermano" el sujeto lo llama, en lugar de "mi hermano", por su nombre de pila y así se zanja la historia. Según los expertos, el mayor problema de esos niños o adolescentes no siempre es entenderse con su nuevo hermano, sino saber qué es lo que se espera de ellos. Una vez aclarado ese terreno, la realidad resulta más fácil: es hermano quien se siente hermano. Pero en el primer caso el vínculo es instantáneo, mientras que para que surja el segundo hay que esperar bastante tiempo. En ese sentido, los padres son especialmente determinantes: pueden fomentar un vínculo evitando diferencias y comparaciones.

Cada quince días.

Lo que más sorprendió a la autora del estudio es que ser hermanos cada quince días, "si no hay otro contacto con las familias porque no se entienden, es muy complicado para los hijos". Para el que vive en la familia de origen es un estado de espera, siempre con mucha incertidumbre ( "no sabe nada de ese hermano que aparece y desaparece de su vida") y para el que va y viene puede ser una situación alienante ("lo que vale en una casa no vale en otra"). Para la pareja, un autodescubrimiento, una experiencia que realmente "les pone a prueba".

¿Y si no hay hermanos?

"El hijo, no hermano, más conflictivo es el único", explica Nora Carunchio de Giacomo, psicóloga y terapeuta familiar. Su experiencia profesional le ha permitido establecer cierta tipología de hermanos: "Los hijos de padres separados son habitualmente sobreadaptados, los hijos adoptivos o de banco de semen dependen de la comunicación familiar (siempre es mejor cuando no se les encubre información)".

Los dobles vínculos, admite Carunchio, pueden alterar las relaciones o facilitarlas: "Cuando se trata de hijos de distintos orígenes, nos encontramos con un exceso de tolerancia. Los padres deberían entender que decir no es el mejor fruto de amor a largo plazo, sea un hijo biológico o adoptado".

Los psicólogos advierten del síndrome de la madrastra

Existe lo que los psicólogos denominan oficialmente "el síndrome de la madrastra", causa de no pocas de sus consultas. Mujeres y hombres que se encuentran de repente con varios hijos que buscan protagonismo para reafirmarse en la nueva familia. "No eres su madre, pero la convivencia,el día a día, te obliga a tomar decisiones sobre ellos como si lo fueras. Tienes cierta responsabilidad, sobre todo si son menores, yresulta difícil encontrar el punto justo, llegar sin pasarte", explica Irma, 44 años, separada, que acaba de estrenar una relación. Entre los dos suman cinco hijos. El único instrumento que le ha servido a Irma, dice, es "tener claros los límites del sentido común y la educación. En los horarios, por ejemplo. Sugerir sin obligar. Hacer entender que vivir en comunidad, sea familia o no, implica unas obligaciones".

Otra cuestión es la adopción. Ana trabaja en el hospital Clínic. Tiene 46 años, dos hijos ya universitarios, otro de 8 años y una niña adoptada que llegó de China. "Ellos se sienten hermanos, por supuesto - explica-.

Les separa más la edad que su condición de ser biológicos o adoptados. La pequeña, por ejemplo, siente a su hermana mayor casi como una madre. Es la que le pone los límites".

Uno de los chicos que participaron en el proyecto Hijos cada 15 días, de Nora Rodríguez, tenía 18 hermanos, que sus padres habían tenido en otras relaciones. Los padres y sus ex ni se hablaban, pero él se encargaba cada año de llamar a los 18 y organizar una salida para verse. "¿La lección? Los hijos te enseñan". "Una familia es un grupo de gente que se quiere", concluyó un niño de 10 años en la consulta del terapeuta. No tuvo que volver.

¿Debemos llamar 'hermanos' a hijos de varias procedencias?

INÉS COTS DOMÍNGUEZ - Especialista en psicología clínica del hospital Sant Joan de Déu y del Institut Universitari Dexeus

En las sociedades contemporáneas, el concepto de familia ha sufrido notables cambios. El diccionario de la Real Academia Española define familia como "grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas" y hermano como "persona que con respecto a otra tiene el mismo padre o la misma madre". Si durante siglos la unidad familiar nuclear ha estado formada por padre, madre y los hijos de ambos, en la actualidad, tal vez como resultado de la caída de la tasa de fertilidad y el retraso de los primeros nacimientos, la creciente tasa de divorcios y nuevas relaciones posteriores con formación de nuevas parejas, entre otros, nos encontramos con organizaciones familiares de muy diversa índole. La pregunta sobre si tenemos que llamar hermanos a los hijos de diferentes procedencias es, por lo tanto, pertinente. ¿Debemos llamar hermano a un hijo adoptado de nuestros padres? ¿A los hijos de mi padre o madre, fruto de una anterior relación? ¿A los hijos del marido o de la mujer de mi padre o de mi madre, pero que no tienen ningún vínculo de sangre conmigo?

El papel educativo de la familia y el proceso de aprendizaje es importantísimo. Está cargado de experiencia emocional básica para el crecimiento. Meltzer y Harris, en El papel educativo de la familia (1989), postulan que "en el momento en que una familia es presidida por una pareja (no necesariamente los padres reales), esta tendrá que ocuparse de las funciones de generar amor, promover esperanza, contener el sufrimiento mental y pensar. Los demás miembros de la familia dependerán de ellos para estas funciones y, por lo tanto, para la modulación de su sufrimiento mental hacia un nivel compatible con el crecimiento".

Si bien es una realidad que en una misma unidad familiar pueden convivir los hijos de diferentes procedencias, no deberíamos caer en la indiferenciación. A veces en las familias tendemos a crear confusión fruto de esta indiferenciación, por no llamar a las cosas, y a las personas, por su nombre.

Todos tenemos un padre y una madre biológicos que nos han legado, además de nuestra vida, nuestra dotación genética. Tenemos un padre y una madre que ejercen la patria potestad de los menores, que en la mayoría de los casos son los biológicos, pero pueden no coincidir necesariamente, como en el caso de la adopción. Para que los niños puedan crecer e ir configurando su propia identidad, es importante que tengan claras sus referencias. Tener claro quiénes son sus padres, y quién ejerce el papel de padre o madre.

Por ejemplo, al marido de mamá, con el que convivo, y no es mi padre, puedo llamarle por su nombre, o puedo llamarle papá, aunque sé que no lo es, porque le quiero, y ejerce funciones paternas. En el caso de los hermanos ocurriría algo parecido. Los hermanos de padre y madre, los hermanos de sangre, aunque sólo coincidan con un progenitor, está claro que son hermanos. Si mis papás han adoptado a un niño, este será obviamente mi hermano o mi hermana, aunque no lo sea de sangre, y le podré llamar como tal.

Ahora bien, ¿cómo puedo llamar a los hijos de la pareja de mi padre o de mi madre con los que no nos une ningún lazo sanguíneo? Terminológicamente hablando no son mis hermanos. Sin embargo, el lazo afectivo que se establece puede llegar a ser muy intenso y fraternal, y más significativo que algunos lazos de sangre. La clave está en saber quiénes somos y quiénes son los otros, y en la calidad y la intensidad de la relación que se establece.