martes, julio 15, 2008

Liderazgo, rostro, cerebro y raya del pelo.

Lo cuenta Adolf Tobeña en su libro Cerebro y poder. Polítca, bandidaje y erótica del mando (La Esfera de los Libros, 2008) y nos lo ha explicado en el curso Cerebre, sexe i conducta de la UPF. Un grupo de politólogos experimentales de Woodrow Wilson School de Princeton decidió estudiar el impacto que provoca el rostro de los candidatos y su relación con los resultados electorales. Para ello, reunieron a 843 pre y postgraduados del Campus de Princeton y les mostraron rostros de políticos poco conocidos, en primeros planos sobre fondo gris y distribuidos de dos en dos al azar. La cuestión que se les planteó era cuál de cada pareja consideraban más competente. Sorprendentemente, sus apreciaciones coincidieron en un 67,6% de las ocasiones con el candidato que efectivamente ganó en sus elecciones. ¿Y cuál es “la imagen facial del político exitoso” que se extrae de este experimento?. No hay duda: el rostro de perfil ejecutivo y emprendedor. Los rostros candorosos y amicales eran sistemáticamente descartados. Parece claro que se asocia la competencia y el éxito político a atributos como la madurez, el aire resolutivo, la agudeza y el liderazgo. Esta vendría a ser la imagen “de marca” de los políticos que se ha impuesto en Estados Unidos, y que probablemente la que se está extendiendo por todo el mundo. Tobeña sentencia “los verdaderos dioses mundanos gobiernan con el rostro”. Los rasgos de dominancia y determinación seducen automáticamente a las masas.

Pues bien, a la luz de otro estudio realizado por expertos americanos y suecos sobre el liderazgo y la forma de peinarse, cabría preguntarse si también el peinado influye en la decisión de los votantes, en concreto la posición de la raya que divide el pelo. Al parecer, quienes sitúan los líderes con éxito coinciden en situar su raya a la izquierda. El tema tiene su aquel, porque una rápida exploración por los rostros de los políticos patrios parece demostrar la verdad de tal aserto. Según afirma el estudio, el peinado es uno de los pilares sobre los que se asienta la forma de ser y de pensar del individuo. La raya a la izquierda es sinónimo de dominio del lado izquierdo del cerebro, que es el en el que el que se encuentran los valores necesarios para triunfar: la lógica, capacidad para valorar los detalles, realismo, seguridad en uno mismo, sentido matemático y práctico. Para más detalles, reproduzco la información sobre este estudio aparecida en la prensa.

Otra cuestión de interés sería explorar las relaciones entre rostros, hormonas, género y liderazgo, porque parece evidente el influjo de la testosterona –hormona masculina- en los rasgos de dominancia y determinación, y el uso dominante del hemisferio izquierdo del cerebro también es un rasgo característico de los hombres. ¿Significaría eso que pesa sobre las mujeres un programa natural que tiende a excluirlas? No encuentro respuesta en el libro de Adolf Tobeña, pero sí alguna pista. Según este autor, las mujeres más exitosas en situaciones competitivas parecen ser las que alcanzan mayores niveles cotidianos de testosterona y de andrógenos. Probablemente –eso lo añado yo- también son las que consiguen un uso más eficiente del hemisferio izquierdo. Y mujeres con ese perfil seguramente las hay en número más que suficiente como para compartir equitativamente el liderazgo con los hombres.

Otro asunto son los cambios que puedan producirse en le modelo de liderazgo. Parece evidente que estamos transitando de una época “masculina”de hegemonía del hemisferio izquierdo - pensamiento lineal, lógico y racional - a otra “femenina” de predominio del hemisferio derecho – pensamiento holístico, iconográfico y emocional-. Esta es la hipótesis que baraja el neurocirujano Leonard Shlain en su libro El alfabeto contra la Diosa, en el que vincula la hegemonía masculina al alfabeto, un invento decisivo del hemisferio izquierdo. Ahora dice Shlain estamos pasando de una era del logo a una del logotipo, de la palabra a lo iconográfico. Según Shlain el poder de las imágenes está llevando a un equilibrio a los hemisferios cerebrales. Pero, aunque es cierto que al igual que las hormonas influyen en las conductas, también las conductas influyen en las hormonas, los cambios en la estructura y funcionamiento del cerebro tienden a ser más lentos de lo que pronostica Shlain. Como mínimo serían necesarios unos 500 años para vislumbrar cambios significativos según Nolasc Acarín, en respuesta a una pregunta sobre este asunto que le realicé en el curso Cerebre, sexe i conducta.



Ni un pelo de tontos: Raya a la izquierda, signo de éxito

Raya a la izquierda, signo de éxito
Alicia Koplowitz y Luis Aragonés, sobre estas líneas, son un ejemplo como también lo es Jean-Claude Trichet


Llevar la raya en el lado izquierdo no es una simple moda o el resultado de una costumbre adquirida desde la más temprana edad porque te peinaban así o por elección propia. La verdad es que es señal de éxito y de que su portador, con total ausencia de complejos, es capaz de comerse el mundo o de tocar el cielo con las manos.
Los ejecutivos brillantes y creativos, los grandes políticos, los genios de las ciencias, los poderosos que han sido capaces de amasar inmensas fortunas, en una palabra, todos aquellos que triunfan en la vida, al menos en el aspecto público, tienen un rasgo en común: llevan la raya en el lado izquierdo.
Insólito, pero cierto. La forma de peinarse de cada individuo, que a primera vista parece un detalle sin importancia, tiene un significado oculto y marca de forma inequívoca el potencial del personaje en cuestión y su éxito en la vida.
Estudios sesudos
Según un estudio realizado por expertos americanos y suecos, que han dedicado tiempo a observar especialmente el peinado masculino y la posición de la raya que divide el pelo, el peinado es uno de los pilares sobre los que se asienta la forma de ser y de pensar de cada varón. Para llegar a esta conclusión se basan, entre otras cosas, en que todos empleamos, indistintamente, las dos partes del cerebro determinantes para ciertas funciones. Pero quien sin motivo aparente peina su pelo al lado derecho (es decir saca la raya en el izquierdo), está haciendo uso de un pensamiento lateral y de la parte más activa de su cerebro, el denominado «hemisferium sinister», o lado izquierdo. Un hemisferio en el que se encuentran los valores necesarios para triunfar: la lógica, capacidad para valorar los detalles, realismo, seguridad en uno mismo, sentido matemático y práctico. También la facilidad para encontrar estrategias válidas, para el estudio de las ciencias naturales y una sana obsesión de resolver los problemas.
En pocas palabras, el «lado siniestro» del cerebro domina la forma de pensar y de actuar racionalmente. Quien obra dirigido por el hemisferio derecho es emotivo, tierno, empático, tiene facilidad para los idiomas y es dado a las Bellas Artes. Esos mismos expertos explican, con detalles incomprensibles para los ajenos a los misterios de la medicina, que los flujos sanguíneos también influyen en la forma de actuar de las personas, ya que la sangre no riega de forma idéntica los dos hemisferios.
Una teoría con largo recorrido
Hace treinta años, John Walter, ingeniero especialista en Sistemas del Marymount Manhattan College de Nueva York, observó que la gran mayoría de los presidentes de los Estados Unidos se peinaba con la raya a la izquierda. Sacó la conclusión de que todos ellos, que habían demostrado una inteligencia y creatividad fuera de lo normal, estaban influenciados por el lado izquierdo de su cerebro.
En los años 90, década del cerebro, varios equipos de etnólogos y neurocientíficos suecos, recogiendo esa teoría y tras analizar los circuitos neuronales, comprendieron que durante el desarrollo, cuando la masa encefálica sufre el proceso de «laterización», uno de los hemisferios prevalece sobre el otro en el control de determinadas funciones. La acción de peinarse con raya a la izquierda, entre muchas otras cosas, estaba dirigida por el hemisferio izquierdo.
Varios tests o «personality factors», que definen los rasgos dominantes de la personalidad de cada individuo, les brindaron la oportunidad de estudiar los perfiles de los magnates que más éxito y fama han conseguido. Pudieron comprobar que casi todos ellos llevan la raya peinada o señalada a la izquierda. Ese es el caso de la mayoría de los ejecutivos de las 50 empresas más importantes de USA como Warren Buffett (Berkshire Hathaway) Bill Gates (Microsoft) Indra Nooyi (PepsiCo) Jamie Dimon (JP Morgan Chase) y de 38 suecas. Encontraron la misma ecuación entre los políticos.
Valga comentar que estos estudiosos admiten que hay algunas excepciones que confirman su teoría; en todos los países hay personas con gran poder económico, elites de las finanzas con trayectoria brillante o ilustres políticos, con el pelo cortado al raso o sin raya. Eso se debe a que tienen el cabello muy rizado, y por lo tanto indomable, que son calvos o que sus peluqueros o, sencillamente, su amante esposa les han convencido de que están más guapos con ese corte de pelo.

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1. Obvio las precauciones que se adoptaron para evitar distorsiones en los resultados y que Adolf Tobeña comenta con detalle en su libro (p. 172-175)

2. Op. cit, p.74-75.

lunes, julio 14, 2008

Instinto maternal e instinto paternal = instinto parental

Una de las obras que más impacto dejó ha dejado en el movimiento feminista fue la que dedicó Elizabeth Badinter al instinto maternal. En ¿Existe el instinto maternal? (1980), Badinter pretende demostrar que el mitificado afecto maternal no tiene nada de natural e instintivo y que este mito ha constituido una estrategia patriarcal habilísima para transferir a las mujeres la carga del cuidado de los hijos. El modelo del amor maternal –dice Badinter- es una construcción cultural exitosa que las mujeres han interiorizando como un mandato social que les presiona a postergar sus propios deseos y a entregarse al cuidado continuado de la prole y, en definitiva, a especializarse en los deseos y necesidades de los otros. Según Badinter, en el éxito definitivo de este artefacto cultural, las ideas de Rousseau -al reclamar más atención y cuidados hacia los niños- jugaron un papel determinante y contribuyeron a asignar a las madres de modo definitivo la responsabilidad de la supervivencia y buena salud de los nuevos ciudadanos. Esta asignación social además se presentó como el cumplimiento de un impulso innato. A partir del siglo XIX, la mujer será vista fundamentalmente como madre y este rol ya no se extenderá sólo al período biológico del embarazo y la lactancia amamantamiento, sino al resto de su existencia.

Cómo prueba del carácter histórico de esta creación cultural, Badinter señala el hecho de que la infancia careciera de cuidados maternales hasta bien entrado el s. XVIII. Un dato: de 21.000 niños nacidos en Paris en 1780, sólo mil fueron nutridos por sus madres. Eso además en una época en que la lactancia materna era importantísima para la supervivencia. Por otra parte, el abandono de los niños era una práctica habitual. Para Badinter, lo que explica las elevdas tasas de mortalidad infantil es el poco de interés de las madres por su prole.

Para avalar esta tesis, otros han invocado a Margared Mead y sus estudios de del pueblo mundugumor, de Nueva Guinea. Las mujeres de este pueblo consideraban una carga y una desgracia tener hijos y hacían responsables del cuidado de los pequeños a sus hermanitos mayores, sin desarrollar por ello sentimientos de culpa. Y, de hecho, contamos con muchos testimonios de mujeres que han rechazado la maternidad a lo largo de la historia. La primera ginecóloga conocida de la historia, Trótula de Salerno, ya sugirió en el s. XI que detrás de la inapetencia de muchas adolescentes se escondía el deseo de escapar a la maternidad. La propia Sta. Teresa (s. XVI) nos ha dejado testimonio de su resistencia al matrimonio tras ver morir a sus madre a los 33 años, después de 14 embarazos.

A la luz de estas referencias, el feminismo ha acabado asumiendo el postulado de que el instinto maternal es lisa y llanamente un invento al servicio de la dominación masculina, que no guarda relación con el sustrato biológico femenino. Sin embargo, las evidencias científicas, acumuladas día tras día, no hacen más que demostrar lo contrario. Son estos excesos los que están convirtiendo muchos postulados del feminismo en pura ideología trasnochada. Me gustaría saber cómo plantearía Elizabeth Badinter hoy este tema, porque en muchas otras cuestiones esta autora se ha mostrado dispuesta a rectificar significativamente, para escándalo del feminismo radical. Desde luego, no puede negarse que la mistificación de la maternidad fue una creación histórica inquietante y de vigencia hoy insostenible, pero de ahí a negar una base biológica a las conductas maternales hay un largo trecho. Ayer en EL PAÍS se publicó un interesante reportaje sobre el tema. Por cierto, me parece muy interesante la hipótesis de que el rechazo a la maternidad, si se produce, se explica por la falta de implicación del hombre en el cuidado de la descendencia. Ocurre con los primates tamarinos y quizás también pueda extrapolarse a los humanos. Eso equivale a decir que el instinto maternal está de algún modo vinculado también al pael que desempeñan los padres, quienes, por otra parte -cómo han constatado las últimas investigaciones- también desarrollan su respectivo instinto paternal, especialmente si las madres no patrimonializan en exclusiva la función parental. La conclusión que se puede extraer de todo ello es que sería más correcto hablar de instinto parental y acabar con los tópicos y estereotipos del pasado. Y no iría mal promover cursos de reciclaje científico para legisladores y jueces.

Me había propuesto dedicar todos los posts de este mes al curso sobre Cerebro y conducta del que hablé ayer, pero voy a hacer una excepción (quizás me permita algunas más). Al fin y al cabo, el tema es el mismo.

Amor de madre, ¿sólo química?

Las hormonas mandan en el cariño que las parturientas tienen por sus hijos, pero factores sociales como la pobreza extrema pueden alterar ese proceso biológico

MÓNICA SALOMONE

EL PAÍS - Sociedad - 13-07-2008

Las madres quieren a sus hijos. Pero ¿por qué a veces resulta que ese absoluto no lo es tanto, como demuestra el fenómeno, universal y atemporal, de los abandonos? ¿De qué está hecho el vínculo madre-hijo? Los científicos le prestan cada vez más atención. Están averiguando cómo se establece, qué papel juega en el desarrollo y si deja huellas en el futuro adulto. Y ¿qué pasa con los padres? De fondo está el debate eterno de cuánto en nuestro comportamiento es biológico y cuánto cultural. La respuesta es: mucho más de lo que creemos -y esto vale para lo biológico y para lo cultural-.

El amor, ya se sabe, es pura química. O pura biología. Los neurobiólogos conocen ya varios ingredientes, como la hormona oxitocina y los opiáceos, que intervienen en lo que ellos llaman apego, y saben en qué áreas cerebrales actúan. Por ejemplo en los circuitos de recompensa, que nos hacen querer más de lo que nos da placer. La cosa es simple hasta el punto de que sin estas hormonas no hay amor. Ni amor materno, ni de pareja. El cóctel químico cambia más o menos en cada caso, pero siempre está ahí. La conducta humana, incluso en rasgos tan personales como la generosidad, la confianza o la capacidad de amar, depende de unas cuantas moléculas.

La mencionada oxitocina, en concreto, parece ser una auténtica bomba de emociones positivas. En los últimos años se ha demostrado su importancia en la sociedad y la familia, tanto en animales como en humanos. Hace tres años el grupo de Paul Zak, director del Centro para Estudios Neuroeconómicos, en California (EE UU), vio que si rociaba con oxitocina a varios voluntarios, éstos se volvían mucho más dispuestos a confiar su dinero a un extraño. Y funcionaba sólo entre personas, no cuando se trataba de invertir por ordenador. También es reciente el hallazgo de que el distinto comportamiento familiar de dos especies de roedores, por lo demás muy similares, se debe a la oxitocina y a otra hormona similar, la vasopresina. La especie que vive en llano crea relaciones monógamas largas para cuidar a las crías, mientras que en la de montaña hay mucha promiscuidad y los machos pasan de la prole. Las primeras tienen muchos más receptores de oxitocina y vasopresina que las de montaña.

Es decir, que "la oxitocina es el pegamento de la sociedad, tan simple y tan profundo", ha declarado Zek, cuyo trabajo ha publicado Nature. Los opiáceos, por su parte, son los encargados de mantener la conducta y de hacernos en cierto modo adictos al afecto. Varios trabajos han demostrado que los ratones sin receptores de opiáceos no muestran preferencia por sus madres. Y al contrario, cuando a crías de rata sanas se las separa de sus madres son los opiáceos y la oxitocina lo que calma su ansiedad.

Pero, volviendo al vínculo materno-filial, ¿en qué momento producimos las personas más oxitocina? No es difícil adivinarlo: en el orgasmo, en las interacciones sociales placenteras y durante el parto y la lactancia. Así que el amor materno empieza a fraguarse muy pronto, a base de hormonas. No en vano la Organización Mundial de la Salud recomienda hoy que el recién nacido sano y su madre estén juntos -la observación del bebé "no justifica la separación", dice la OMS-, y que la lactancia sea "inmediata, incluso antes de que la madre abandone la sala de partos".

La mayoría admite hoy que hay un periodo sensible inmediatamente después del parto, en el que el recién nacido está tan receptivo al olfato y al tacto que, colocado sobre el cuerpo de su madre, puede llegar él solo al pezón y empezar a chupar. En cuanto a la madre, para ella el bebé es una máquina de producir sonidos, caricias y olores que disparan su neuroquímica del amor. Basta que el bebé chupe los pezones para que ella produzca oxitocina y prolactina. Y el pequeño no sólo busca comida. Harry Harlow -para muchos un torturador de animales- demostró en los sesenta que los bebés de mono prefieren madres falsas de cálido paño incapaces de alimentarlos a otras con biberón hechas de alambre.

"El recién nacido es un mamífero que necesita el contacto con la madre que lo acaba de parir. Tiene que sentir su olor, su tacto, escuchar su voz", dice Gema Magdaleno, matrona del hospital La Paz, en Madrid. "Lo antinatural es separarles. La madre y el hijo son dos desconocidos que necesitan reconocerse, es algo muy animal. En ese primer momento comienza la impronta". En La Paz están empezando a implantar el método piel con piel cuando el niño nace sin problemas: tras una inspección rápida el bebé sano es colocado desnudo junto a su madre y suben juntos a la habitación en la misma cama. "Las madres están mucho más satisfechas. Y en los recién nacidos hay síntomas físicos clarísimos: no lloran, respiran más tranquilos, buscan la mirada de su madre, tienen movimientos más armónicos y comienzan antes a mamar. Lo raro es que a estas alturas haya que explicar algo obvio", dice Magdaleno.

No siempre fue tan obvio. Con la medicalización de los partos -que trajo un gran descenso en la mortalidad infantil- también se impuso el uso de nidos, y pareció olvidarse un comportamiento madre-hijo que millones de años de evolución han seleccionado para promover la supervivencia de una cría que nace muy inmadura. Ha habido que redescubrir la importancia del contacto para que métodos como el piel con piel se vayan imponiendo con mayor o menor rapidez.

En España parece que con menor. "En muchos hospitales españoles aún se tarda mucho en poner a los hijos con sus madres", dice Ibone Olza, psiquiatra infantil del hospital Puerta de Hierro y miembro de la campaña Que no os separen (www.quenoosseparen.info) que promueve el piel con piel, también en prematuros.

El problema es más grave con los niños que no nacen sanos, y que quedan ingresados cuando "no han llegado aún a hilvanar los sentimientos padre-madre-hijo", explica Carmen Pallás, jefa del Servicio de Neonatología del hospital 12 de Octubre. Sólo 8 de 83 unidades neonatales españolas dejan entrar libremente a los padres, dice Pallás: "La mayoría restringen las visitas de forma drástica, en algunos casos impidiendo cualquier tipo de contacto a lo largo de todo el ingreso. La relación padres-niño puede verse seriamente distorsionada en estos casos". En el 12 de Octubre hay voluntarios, a menudo personal del propio hospital, que practican el piel con piel con bebés que, por distintos motivos, no pueden ser visitados por sus padres. Los beneficios de esta práctica se consideran probados.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando el vínculo no puede establecerse en el nacimiento? ¿Qué pasa en las cesáreas? ¿En los niños adoptados? "El momento en torno al parto es una oportunidad muy buena, pero lo bonito es que hay muchas más. Los padres de niños adoptados establecen vínculos muy intensos con sus hijos", responde Olza. "Los niños tienen una plasticidad enorme. Incluso si traen secuelas, su capacidad de superación cuando tienen unos padres que los quieren es maravillosa".

Eso que muchos niños con secuelas deben superar es la muesca cerebral de la indiferencia. Un estudio hace tres años descubrió que niños que habían pasado sus primeros años en orfanatos de la Rumania de Ceausescu respondían con menos oxitocina de lo normal a sus madres adoptivas. También se ha visto que los niños que no han podido establecer vínculo alguno con un cuidador tienen a menudo síntomas propios del autismo. Y es que hoy se sabe que la explosión bioquímica del apego moldea el cerebro y deja su firma en la vida adulta.

"En la última década el estudio del desarrollo del cerebro ha dado evidencias incuestionables sobre la importancia de los afectos y la formación del vínculo del recién nacido", explicó la neurobióloga chilena Eugenia Moneta en una reciente charla en el hospital del Niño Jesús, en Madrid. "El desarrollo del cerebro depende de interacciones externas, en particular las relaciones de afecto con los cuidadores. Estos aspectos afectivos moldean las redes neuronales". Pero esta experta recuerda también que, al margen de cuándo empiece, el apego se construye toda la vida.

Hasta aquí, el inmenso poder de la biología. Pero entonces, ¿por qué a veces falla? En la Comunidad de Madrid (CAM), cada año entre 30 y 40 madres dan sus bebés en adopción tras parirlos en hospitales -se llaman renuncias hospitalarias-. Y anualmente se dan unos tres abandonos en la calle, que se sepa. En la Comunidad Autónoma de Madrid dicen que estos datos no han variado en los últimos años. En Cataluña hubo 54 renuncias hospitalarias en 2007, 57 en 2006 y 43 en 2005; un bebé fue encontrado en la calle en ese periodo. Cada comunidad tiene sus datos. Y no parece que el fenómeno aumente sino más bien al contrario.

En cualquier caso el abandono no es algo nuevo, a pesar de que varias ciudades europeas han instalado buzones-bebé. La antropóloga estadounidense Sarah Blaffer Hrdy habla en El pasado, presente y futuro de la familia humana de miles de niños abandonados en instituciones de París en torno a 1780. Investigadores del Instituto de Economía y Geografía (IEG) del CSIC dicen que Madrid no era muy distinto. En 1812 entraron en la inclusa madrileña 1.800 niños abandonados, y murieron todos. "A lo largo del primer tercio del siglo XX esa cifra se mantuvo entre 1.300 y 1.500 niños cada año, de los que morían el 62%", explica la doctoranda del Instituto de Economía y Geografía Bárbara Revuelta.

¿Qué pasó en esa época con el instinto maternal? Datos como los anteriores han hecho que muchos nieguen su existencia, y devuelvan el peso a la sociedad. "La maternidad entraña una decisión, no es exclusivamente biológica. Empieza con una aceptación, un deseo, de cuidar un niño", ha dicho otra antropóloga, Nancy Scheper-Hughes, que estudió una localidad brasileña muy pobre donde las madres dejaban morir a algunos de sus hijos.

Antropólogos, trabajadores sociales e historiadores identifican elementos comunes en los abandonos: falta de recursos y, sobre todo, de apoyo del entorno social o familiar. ¿Va a resultar al final que el entorno social gana la partida a la biología? Blaffer Hrdy no se resigna a ello, y compara a los humanos con los tamarinos. En estos primates los machos son indispensables para cuidar la prole, hasta el punto de que cuando no están disponibles la madre puede abandonar las crías. Lo social, entonces, se integra en la biología: la madre sabe que si trata de cuidar sola a las crías ella misma morirá, algo fatal para la evolución, que no selecciona esa conducta.

Ellos también paren. O casi


M. S.

EL PAÍS - Sociedad - 13-07-2008


Ellos también paren. O casi. En el año 2000 se descubrió que en los hombres que conviven con mujeres embarazadas también aumentan hormonas como la oxitocina y la prolactina a medida que progresa el embarazo hasta alcanzar un 20% de media en las semanas anteriores al parto. Es más, da igual si él no es el padre de la criatura: también le pasará. Las hormonas ayudan al hombre a querer al bebé, lo que casa muy bien con lo que los expertos ven en la clínica. "Ellos se apegan prácticamente igual a los bebés", dice Ibone Olza. "Hay cosas, como la lactancia, que sólo la madre puede hacer, pero los papás también segregan oxitocina cuando se ponen encima a los bebés, y su cerebro también cambia. Hay que animar a los papás a que cojan y acaricien a los bebés".

Este descubrimiento llega cuando en las sociedades occidentales el rol masculino en la familia tiende a cambiar, con padres que quieren pasar más tiempo con sus hijos y que incluso comparten la baja maternal. Si la biología masculina siempre ha preparado al hombre para ello, ¿por qué ha tardado tanto en manifestarse? Una de las posibles respuestas es que se trata de un cambio paralelo al otro gran cambio social reciente, la incorporación de la mujer al trabajo.


Pero para el sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid Gerardo Meil, que ha estudiado el uso social de los permisos parentales, son más importantes otros factores, como que ahora se tienen menos hijos. "Algunos padres han interiorizado el cuidado de los hijos y lo ven como parte de su realización personal. Saben que es una oportunidad en la vida que no se quieren perder, y están dispuestos a aparcar su vida laboral por ello. Lo que hemos visto es que el discurso de los hombres de construcción del vínculo no es muy distinto del de las mujeres".

sábado, julio 12, 2008

Neurociencia terapéutica

Después de dedicar algún tiempo a los estudios de género y de empacharme leyendo y escuchando a quienes reducen las diferencias entre hombres y mujeres sólo a una construcción cultural interesada, tenía muchas ganas de oír otra música. Y decidí matricularme durante este mes de julio en el curso Cerebro, sexo y conducta de la UPF, coordinado por el neurólogo Nolasc Acarin, autor de El cerebro del rey, una introducción espléndida a estas cuestiones. En los siguientes posts intentaré dar cuenta de mis aprendizajes.

Desde hace tiempo, defiendo que toda propuesta de reformulación de la condición femenina y masculina en aras de la igualdad, debería partir de un profundo conocimiento de nuestro sustrato biológico. Intentar explicar todos los comportamientos masculinos y femeninos sólo en términos de dominio masculino y opresión femenina me parece un exceso difícil de digerir. Sin embargo, esta es la línea argumental que prevalece en la formación de los adolescentes en estos momentos.

Por supuesto, el efecto de este nuevo catecismo sobre los chicos y las chicas es nulo, porque ellos y ellas -en plena explosión hormonal- están por otras cuestiones, y prefieren entregarse a los juegos del pavoneo y la seducción de siempre, antes que enredarse en discusiones que les resultan bizantinas. Y me temo que la desconexión acaba siendo absoluta. No hay más que mirar sus fotologs: las herramientas de comunicación han cambiado pero los mensajes en esencia son los mismos que los de nuestros ancestros (a lo largo del curso se han ido desgranado). Sin embargo, la lectura que hacen de esta evidencia muchos estudiosos del género es la de la prevalencia del sistema de opresión patriarcal y de la masculinidad tradicional, y para combatirlo articulan un discurso que sitúa la masculinidad bajo sospecha permanente. Una vía que desconcierta a los chicos –“¿estaremos todos contagiados de la ideología de la dominación masculina?”- y aburre a las chicas, conocedoras de sus propios poderes y poco predispuestas a ver en los chicos a seres tan peligrosos. Sería más acertado hablarles lisa y llanamente de la carga genética que nos condiciona y que es fruto de una larga historia de adaptación al medio, un medio que en las últimas décadas ha experimentado cambios rápidos y muy radicales.