miércoles, mayo 21, 2008

¿Cómo anda la Llei d'Educació?

Acabo de leer el artículo sobre la universidad de Miquel Caminal en El País y me pregunto en qué punto la futura Llei d'Educació de Catalunya. Últimamente llegan pocas noticias. No estaría mal revisar sus contenidos y orientación a la luz de las críticas que Caminal realiza sobre el ámbito universitario, ya saben... evaluación docente, autonomía, gestión eficaz y competitiva -profesionalizada-, excelencia, cuerpos docentes propios, máxima adecuación a las urgencias sociales -ahora además Educación y Asuntos Sociales forman parte del mismo ministerio- , etc., etc. Al final del camino todo acaba derivando en cuantifiación en lugar de evaluación, manipulación constante de los resultados, elusión de responsabilidades, reglamentismo de supervivencia, todavía mayor burocratización y jerarquización, individualismo voraz, docencia low cost, marqueting permanente, fraude y enmascaramiento creciente... Salvando las distancias, se pueden encontrar muchos puntos de contacto.

En la entrevista de la Contra de la Vanguardia de hoy, Raj Patel, analista del sistema alimentario mundial, explica que ahora en lugar de comprar alimentos compramos "productos" alimentarios... Abonos sintéticos. Insecticidas sintéticos. Fungicidas sintéticos. Pesticidas sintéticos. Plaguicidas sintéticos. Tratamientos químicos para que la fruta madure de golpe y poder recogerla a la vez, minimizando costes. Tratamientos químicos para lustrar frutas y que tengan aspecto rutilante? Sin hablar de la ingeniería genética para crear variedades ¡en función de su buen aspecto! *¿Y el sabor, qué? * Ah, eso no importa nada de nada. Sabor y valor nutricional se sacrifican. El "producto", que entre por la vista y viaje bien. También encuentro muchos puntos de contacto.

La sumisión de la Universidad pública, de Miquel Caminal en El País de Cataluña
21-Mayo-2008

Hace años se tomó la acertada decisión de reformar la administración universitaria y de poner un gerente al frente de ella. Más adelante, con la idea de introducir la supuesta eficacia de la gestión empresarial en la Universidad pública, se produjo un proceso de transformación del gobierno de la Universidad. El rector relegó a su equipo de gobierno y concedió excesivo poder al gerente. Luego vino el rector gerente y ahora ya sólo queda un paso: el gerente rector. Las universidades públicas se han sometido al gota a gota de su privatización encubierta. Se abrieron al mundo empresarial para ampliar sus fuentes de financiación y han terminado adaptándose a los intereses de éste.

Un símbolo de este matrimonio entre Universidad y empresa es, por ejemplo, el documento de identidad del personal de la Universidad de Barcelona, que puede ser al mismo tiempo una tarjeta de crédito vinculada a una importante entidad financiera catalana. El sector privado no se pregunta qué puede hacer por la Universidad pública, sino qué puede sacar de ella.

Las funciones básicas de la Universidad, que son la docencia y la investigación, también han entrado en un proceso de mercantilización. Se trata de ofrecer sin más lo que pide el mercado. ¿Que el mercado no quiere historiadores?, pues se prescinde de las correspondientes enseñanzas o investigaciones. ¿Que un desproporcionado número de jóvenes estudiantes sueñan con ser empresarios?, pues se ofrecen todos los grados y masters que satisfagan esta demanda.

En la Universidad de hoy hay tal cantidad de grupos de investigación, institutos, observatorios y otras instancias para el conocimiento y la investigación que, si uno sólo mira la superficie, queda impresionado. ¡Qué gran Universidad tenemos! Pero no está nada claro que la cantidad sea sinónimo de calidad. Todo va a peso en la evaluación de las universidades públicas: cuántos artículos en publicaciones de impacto, cuántas horas de clase, cuántas estancias en el extranjero, cuántos créditos de gestión, etcétera.

Lo difícil o imposible es saber qué hay detrás de la cantidad. Todo es imagen y publicidad, empezando por la política de información de las universidades. El objetivo es vender el producto abusando de palabras como excelencia y competitividad. Pero en esta Universidad de la excelencia se publica demasiado y se lee muy poco, se gestiona hasta el aburrimiento y no se piensa sobre lo que se hace.

La paradoja mayor es que una Universidad tan mercantilizada e individualista, donde cada uno es el mejor investigador del mundo y no tiene tiempo para leer una sola línea de lo que hace su vecino, es una Universidad que ha llegado a tal nivel de burocratización, que ha conseguido ridiculizar la supuesta eficacia de la implantación de la gestión empresarial.

Nunca han habido tantos burócratas, tanto reglamentismo en las universidades públicas. Y cuanto más grandes son, mayor es el disparate burocrático. La Universidad de Barcelona tiene ya una colección, llamada Normatives i Documents, que pretende poner orden en el desorden con normas y más normas. Al final se tiene una sensación de ahogo y, a la vez, la seguridad de que tanto normativismo es una forma de evadir la solución real de los problemas planteados. Lo cierto es que la tranquilidad y el silencio que necesita el profesor quedan distorsionados por tanto ruido administrativo.

No debe sorprender este doble proceso de privatización y burocratización de las universidades públicas. Forma parte y es reflejo de lo que sucede en la sociedad. El neoliberalismo ha llegado a todos los rincones y ha conseguido poner precio a la cultura. Los autores, como los libros, valen si venden. Cuando este principio gobierna el saber universitario, es el principio del fin de la Universidad.

La Universidad concebida mercantilmente no atiende a la calidad científica, sólo le preocupa que los estudiantes consigan el título en el tiempo previsto. Una vez más el criterio cuantitativo se ha impuesto al cualitativo. No saldrán mejores profesionales devaluando los métodos de enseñanza y con expedientes académicos calificados al alza con el objetivo (fallido) de ser más competitivos en el mercado. Rafael Argullol ya denunció con brillantez esta manera de ejercer la docencia low cost en un reciente artículo publicado en esta sección (EL PAÍS, 3 de mayo).

Es necesario un cambio de rumbo en la política universitaria que corrija el deterioro de las universidades públicas. A los 25 años de aprobada aquella buena Ley de Reforma Universitaria (1983), se hace imprescindible una reflexión entre los universitarios sobre el estado actual de las universidades. La errática política sobre universidades e investigación de los últimos gobiernos del Partido Popular y del PSOE, y también el mal gobierno de la Generalitat de Cataluña en esta materia, agravan el problema y hacen más urgente la toma de conciencia por parte de la comunidad universitaria. Hay tiempo para rectificar, pero no mucho. Los universitarios deben reunirse en congreso y deliberar sobre el futuro de la Universidad, una Universidad pública e independiente de toda presión empresarial, política o ideológica; una Universidad capaz de ejercer la crítica, de mantener un alto nivel en la investigación y de garantizar la calidad de uno de los fines más importantes de la sociedad: la educación.

Miquel Caminal es catedrático de Teoría Política de la Universidad de Barcelona.

martes, mayo 20, 2008

Neuroteología y la ansiedad ante lo desconocido

"En uno de los trabajos se pedía a voluntarios -un grupo de creyentes y otro de no creyentes- que recitaran textos mientras se les sometía a un escáner cerebral. Al recitar un determinado salmo, en los cerebros de creyentes y no creyentes se activaban estructuras distintas."

El texto procede de un artículo publicado hoy en ES PAÍS. Lamentablemente yo tengo apagado ese rincón de mi cerebro que se activa en los creyentes , aunque rezo y recito salmos. Hay un interesante libro de Francisco Mora sobre las relaciones entre cerebro, cultura y religión: Neurocultura (Alianza, 2007), pero no alivia mi desconsuelo. Tampoco el reciente libro de Robert A. Hinde:
¿Por qué persisten los dioses? "una aproximación.científica a la religión" (Montesinos, 2008)... ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué sucede cuando morimos? En el mundo moderno, las respuestas que tradicionalmente ha dado la religión son inaceptables para muchos, y sin embargo la religión se niega a desaparecer. Todas las religiones comportan elementos que se soportan mutuamente: creencias estructurales, narrativas, rituales, códigos morales, experiencias subjetivas y diversos aspectos sociales. Robert Hinde sostiene que todos estos aspectos surgen de la naturaleza humana y los considera dependientes de unas características psicológicas panculturales que explican su persistencia en la psique de los individuos y en las prácticas de la sociedad. Por ejemplo, la creencia en una deidad satisface la tendencia humana a atribuir los efectos a una causa, y puede aliviar la ansiedad.

Optaré por releer a Eugenio Trías -interesante aparición en
Millenium el sábado pasado
-, poco inclinado a dejarse impresionar por estos megadescubrimientos.


¿Dios creó al hombre o el hombre creó a Dios?


Científicos de Oxford investigan la estructura cerebral que aloja la creencia religiosa - Y Einstein aviva el debate desde la tumba

MÓNICA SALOMONE
EL PAÍS - Sociedad - 20-05-2008

Si usted cree en Dios o, en general, en alguna forma de ente místico, sepa que la inmensa mayoría de la humanidad está en su mismo bando. Si por el contrario no es creyente, es usted, en términos estadísticos, un raro. Si la demostración de la existencia de Dios se basara en el número de fieles, la cosa estaría clara. No es así, aunque en lo que respecta a este artículo eso es, en realidad, lo de menos. Creyentes y no creyentes están divididos por la misma pregunta: ¿Cómo pueden ellos no creer/creer (táchese lo que no corresponda)? Este texto pretende resumir las respuestas que la ciencia da a ambas preguntas.

Los físicos están pletóricos este año porque gracias al acelerador de partículas LHC, que pronto empezará a funcionar cerca de Ginebra, podrán por fin buscar una partícula fundamental que explica el origen de la masa, y a la que llaman la partícula de Dios. Los matemáticos, por su parte, tienen desde hace más de dos siglos una fórmula que relaciona cinco números esenciales en las matemáticas -entre ellos el famoso pi-, y a la que algunos, no todos, se refieren como la fórmula de Dios. Pero, apodos aparte, lo cierto es que la ciencia no se ocupa de Dios. O no de demostrar su existencia o inexistencia. Las opiniones de Einstein -expresadas en una carta recientemente subastada- valen en este terreno tanto como las de cualquiera. Sí que se pregunta la ciencia, en cambio, por qué existe la religión. No es ni mucho menos un tema de investigación nuevo, pero ahora hay más herramientas y datos para abordarlo, y desde perspectivas más variadas. A sociólogos, antropólogos o filósofos, que tradicionalmente han estudiado el fenómeno de la religión o la religiosidad, se unen ahora biólogos, paleoantropólogos, psicólogos y neurocientíficos. Incluso hay quienes usan un nuevo término: neuroteología, o neurociencia de la espiritualidad. Prueba del auge del área es que un grupo de la Universidad de Oxford acaba de recibir 2,5 millones de euros de una fundación privada para investigar durante tres años "cómo las estructuras de la mente humana determinan la expresión religiosa", explica uno de los directores del proyecto, el psicólogo evolucionista Justin Barrett, del Centro para la Antropología y la Mente de la Universidad de Oxford. Meter mano científicamente a la pregunta 'por qué somos religiosos los humanos' no es fácil. Una muestra: experimentos recientes identifican estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia religiosa. ¿Significa eso que la evolución ha favorecido un cerebro pro-religión porque es un valor positivo? ¿O es más bien el subproducto de un cerebro inteligente? Sacar conclusiones es difícil, e imposible en lo que se refiere a si Dios es o no 'real'. Que la religión tenga sus circuitos neurales significa que Dios es un mero producto del cerebro, dicen unos. No: es que Dios ha preparado mi cerebro para poder comunicarse conmigo, responden otros. Por tanto, "no vamos a buscar pruebas de la existencia o inexistencia de Dios", dice Barrett. ¿Desde cuándo es el hombre religioso? Eudald Carbonell, de la Universidad Rovira i Virgili y co-director de la excavación de Atapuerca, recuerda que "las creencias no fosilizan", pero sí pueden hacerlo los ritos de los enterramientos, por ejemplo. Así, se cree que hace unos 200.000 años Homo heidelbergensis, antepasado de los neandertales y que ya mostraba "atisbos de un cierto concepto tribal", ya habría tratado a sus muertos de forma distinta. De lo que no hay duda es de que desde la aparición de Homo sapiens el fenómeno religioso es un continuo. "La religión forma parte de la cultura de los seres humanos. Es un universal, está en todas las culturas conocidas", afirma Eloy Gómez Pellón, antropólogo de la Universidad de Cantabria y profesor del Instituto de Ciencia de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid. ¿Por qué esto es así? Para Carbonell hay un hecho claro: "La religión, lo mismo que la cultura y la biología, es producto de la selección natural". Lo que significa que la religión -o la capacidad para desarrollarla-, lo mismo que el habla, por ejemplo, sería un carácter que da una ventaja a la especie humana, y por eso ha sido favorecido por la evolución. ¿Qué ventaja? "Eso ya es filosofía pura", responde Carbonell. Está dicho, las creencias no fosilizan. Así que hagamos filosofía. O expongamos hipótesis: "Un aspecto importante aquí es la sociabilidad", dice Carbonell. "Cuando un homínido aumenta su sociabilidad interacciona de forma distinta con el medio, y empieza a preguntarse por qué es diferente de otros animales, qué pasa después de la muerte... Y no tiene respuestas empíricas. La religión vendría a tapar ese hueco". Esa visión cuadra con la antropológica. La religión, según Gómez Pellón, da los valores que contribuyen a estructurar una comunidad en torno a principios comunes. Por cierto, ¿y si fueran esos valores, y no la religión en sí, lo que ha sido seleccionado? Curiosamente, señala Gómez Pellón, "los valores básicos coinciden en todas las religiones: solidaridad, templanza, humildad...". Tal vez no sea mensurable el valor biológico de la humildad, pero sí hay muchos modelos que estudian el altruismo y sus posibles ventajas evolutivas en diversas especies, incluida la humana. También coinciden Carbonell y Gómez Pellón al señalar el papel "calmante" de la religión. "La religión ayuda a controlar la ansiedad de no saber", dice el antropólogo. "Cuanto más se sabe, más se sabe que no se sabe. Y eso genera ansiedad. Además, el ser humano vive poco. ¿Qué pasa después? Esa pregunta está en todas las culturas, y la religión ayuda a convivir con ella, nos da seguridad". Lo constatan quienes tratan a diario con personas próximas a situaciones extremas. "Es verdad que en la aceptación del proceso de morir las creencias pueden ayudar", señala Xavier Gómez-Batiste, cirujano oncólogo y Jefe del Servicio de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario de Bellvitge. Por si fueran pocas ventajas, otros estudios sugieren que las personas religiosas se deprimen menos, tienen más autoestima e incluso "viven más", dice Barrett. "El compromiso religioso favorece el bienestar psicológico, emocional y físico. Hay evidencias de que la religión ayuda a confiar en los demás y a mantener comunidades más duraderas". La religión parece útil. Eso explica que el ser humano "sea naturalmente receptivo ante las creencias y actividades religiosas", prosigue. Naturalmente receptivos. ¿Significa eso que estamos orgánicamente predispuestos a ser religiosos? ¿Lo está nuestro cerebro? En los últimos años varios grupos han recurrido a técnicas de imagen para estudiar el cerebro en vivo en "actitud religiosa", por así decir. "Son experimentos difíciles de diseñar porque la experiencia religiosa es muy variada", advierte Javier Cudeiro, jefe del grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidad de Coruña. Los resultados no suelen considerarse concluyentes. Pero sí se acepta que hay áreas implicadas en la experiencia religiosa. En uno de los trabajos se pedía a voluntarios -un grupo de creyentes y otro de no creyentes- que recitaran textos mientras se les sometía a un escáner cerebral. Al recitar un determinado salmo, en los cerebros de creyentes y no creyentes se activaban estructuras distintas. No es sorprendente. "Se da por hecho", explica Cudeiro; lo mismo que hay áreas implicadas en el cálculo o en el habla. La pregunta es si esas estructuras fueron seleccionadas a lo largo de la evolución expresamente para la religión. Cudeiro no lo cree. "La experiencia religiosa se relaciona con cambios en la estructura del cerebro, y neuroquímicos, que llevan a la aparición de la autoconciencia, el lenguaje... cambios que permiten procesos cognitivos complejos; no son para una función específica". O sea que la religión bien podría ser, como dice Carbonell, un efecto secundario de la inteligencia. Otros estudios de neuroteología han estudiado el cerebro de monjas mientras evocaban la sensación de unión con Dios, y de monjes meditando. Uno de los autores de estos trabajos, Mario Beauregard, de la Universidad de Montreal, aspira incluso a poder generar en no creyentes la misma sensación mística de los creyentes, a la que se atribuyen tantos efectos beneficiosos: "Si supiéramos cómo alterar [con fármacos o estimulación eléctrica] estas funciones del cerebro, podríamos ayudar a la gente a alcanzar los estados espirituales usando un dispositivo que estimule el cerebro ", ha declarado Beauregard a la revista Scientific American. Lo expuesto en este texto sugiere que la cuestión no es tanto por qué existe la religión, sino por qué existe el ateísmo. Con todas las ventajas de la religión, ¿por qué hay gente atea? "El ateísmo actual es un fenómeno nuevo y queremos investigarlo, sí", dice Barrett por teléfono. ¿Tiene que ver con el avance de la ciencia, capaz de dar al menos algunas de esas tan buscadas respuestas? Varios estudios indican que, en efecto, los científicos son menos religiosos que la media. Pero hay excepciones; los matemáticos y los físicos, en especial los que se dedican al estudio del origen del universo -¡precisamente!-, tienden a ser más religiosos. No hay consenso sobre si un mayor grado de educación, o de cociente intelectual, hace ser menos religioso. "El ser religioso o no seguramente depende de muchos factores que aún no conocemos", dice Barrett.


De mitos y cosmogonías


Eloy Gómez Pellón
EL PAÍS - Sociedad - 20-05-2008

¿Por qué el hecho religioso es universal? Sin duda, porque proporciona no sólo creencias que suplen necesidades humanas, sino también normas de conducta y valores que son percibidos, de forma unánime, como deseables. Todas las religiones, de alguna manera, predican el amor hacia los demás, el consuelo en la aflicción, la vida en paz y la esperanza de una vida futura.

La religión supone, en términos generales, una decantación ideológica, capaz de fundir a la comunidad de creyentes en un cuerpo único y duradero. Se entiende, en consecuencia, que su universalidad esté ligada a su efectiva función cultural. Las religiones, así concebidas, encierran una explicación metafísica del mundo que alimenta toda clase de cosmogonías o, si se quiere, de mitos sobre el origen del mundo, cuya comparación revela frecuentes parecidos, y de escatologías o teorías sobre el fin. El hecho de ser parte de la cultura explica, contra lo que se suele pensar, y mediante simple inferencia, que la religión sea un hecho cambiante, debido a que la cultura es una especie de ecuación ajustada en la cual cada vez que se modifica uno de sus elementos lo hacen los demás. La anomia (desorientación ante las normas) que se percibe en otros ámbitos de la cultura no es ajena a la religión. En este sentido, la secularización de la vida actual en los países occidentales es un efecto de los cambios culturales, más accesorio que fundamental en lo que se refiere a la esencia de la religión. Por otro lado, cuando los cambios en materia religiosa son intensos, es frecuente que se generen integrismos y fundamentalismos, propios de algunos grupos que defienden la vuelta a la pureza y a los ideales previos. Asimismo, en el seno de las religiones se producen disfunciones, como es el caso de las sectas, formadas por pequeños grupos de creyentes, organizados rígidamente en estructuras herméticas.





"Las supersticiones más infantiles"

Las opiniones de Albert Einstein sobre el hecho religioso han sido objeto de polémica entre los expertos. Una carta inédita que remitió al filósofo Eric Gutkind en 1954 muestra ahora al genio más escéptico. Los siguientes son extractos de la misiva, publicada por The Guardian.(...) "La palabra Dios, para mí, no es más que la expresión y el producto de las debilidades humanas, y la Biblia una colección de leyendas dignas pero primitivas que son bastante infantiles. Ninguna interpretación, por sutil que sea, puede cambiar eso (para mí). Tales interpretaciones sutiles son muy variadas en naturaleza, y no tienen prácticamente nada que ver con el texto original. Para mí, la religión judía, como todas las demás religiones, es una encarnación de las supersticiones más infantiles. Y el pueblo judío, al que me alegro de pertenecer y con cuya mentalidad tengo una profunda afinidad, no tiene ninguna cualidad diferente, para mí, a las de los demás pueblos. Según mi experiencia, no son mejores que otros grupos humanos, si bien están protegidos de los peores cánceres porque no poseen ningún poder. Aparte de eso, no puedo ver que tengan nada de escogidos.Me duele que usted reivindique una posición de privilegio y trate de defenderla con dos muros de orgullo, uno externo, como hombre, y otro interno, como judío. Como hombre reivindica, por así decir, estar exento de una causalidad que por lo demás acepta, y como judío, el privilegio del monoteísmo. Pero una causalidad limitada deja de ser causalidad, como nuestro maravilloso Spinoza reconoció de manera incisiva, seguramente antes que nadie. Y las interpretaciones animistas de las religiones de la naturaleza no están, en principio, anuladas por la monopolización. Con semejantes muros sólo podemos alcanzar a engañarnos (...) a nosotros mismos, pero nuestros esfuerzos morales no salen beneficiados. Al contrario (...)".











sábado, mayo 17, 2008

Mad men - Masculinidades oficinescas








Iba a escribir sobre las masculinidades oficinescas de Casual day y me he topado con este artículo sobre uan serie que desconocía. Habrá que verla…

Hombres desesperados

Televisión, Por Rodrigo Fresán.

Abc de las artes y las letras.10 de mayo de 2008 - número: 849

Fuente: http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=9787&num=849&sec=35

La clave y el guiño -luego de esos brillantes títulos de apertura con hombre cayendo desde las alturas de un rascacielos, tan al estilo de los que solía pensar Saul Bass para los filmes de Alfred Hitchcock- está ya en uno de los primeros episodios/capítulos de la serie televisiva Mad Men. Allí, Don Draper vuelve en tren a su casa en las afueras de Manhattan luego de un largo día en los pasillos y oficinas de la agencia de publicidad Sterling Cooper. Draper es un mad man: etiqueta que se las arregla para hacer comulgar la locura de un oficio y la contracción de Madison Avenue, donde a principios de los años 60 floreció la idea de la publicidad tal como la conocemos, padecemos y disfrutamos hoy.

Hay algo que falla. Y Draper ha bebido un whisky de más y cae la noche y el cartel de la estación en la que se baja Draper anuncia que estamos en Ossining: el mismo suburbio residencial en el que un escritor llamado John Cheever ocupaba las páginas de The New Yorker contando las historias de hombres como Don Draper, enloquecidos por la idea de que, se supone, tienen todo para ser felices y sin embargo hay algo que falla en el teóricamente perfecto producto de sus vidas. Eso que algún publicista tan astuto como Draper bautizó como el Sueño Americano pero que cada vez se confunde y se funde más con la pesadilla del insomnio.

Mad Men es la brillante idea de Matthew Weiner, guionista y productor de Los Soprano. Weiner la ofreció a la HBO pero no mostraron interés. La AMC, en cambio, aceptó encantada y así esta serie -cuya primera temporada, emitida en USA en el 2007, le valió un merecido Globo de Oro a la Mejor Serie Dramática- se convirtió velozmente en prueba renovada de que estamos viviendo una nueva Edad de Oro de la televisión. Ya saben: la «caja idiota» demostrando, de golpe, que tiene un alto cociente intelectual y generando incómodas afirmaciones en cuanto a la superioridad ante el cine y hasta la novela.

Un nuevo mundo. Mad Men -que conecta directamente con todo un subgénero oficinesco de la literatura americana que incluye a títulos como El hombre del traje gris, de Sloan Wilson; Vía revolucionaria, de Richard Yates; Algo ha pasado, de Joseph Heller; La pianola, de Kurt Vonnegut; American Psycho, de Bret Easton Ellis; y, recientemente, Entonces llegamos al final, de Joshua Ferris- propone también un viaje en el tiempo a un pasado donde se creó nuestro presente. El momento exacto donde la sociedad de consumo comenzó a consumir a sus consumidores. El sitio preciso donde se establecieron las pautas de un nuevo mundo a dividirse y repartirse entre jefes, empleados, secretarias, esposas y amantes.

Y la agencia Sterling Cooper -donde todos fuman y beben y fornican y se traicionan alegremente con modales que hoy son políticamente incorrectos pero entonces eran las reglas del juego- funciona como un perfecto y feroz ecosistema donde un puñado de machistas y prejuiciosos hombres desesperados luchan entre ellos frente a mujeres que los contemplan con una rara mezcla de adoración y desprecio. Allí, Don Draper (un perfecto Jon Hamm, ganador del Globo de Oro al Mejor Actor) es el difuso héroe: un condecorado veterano de Corea con un don para vender lo que sea y ocultar un oscuro secreto familiar acostándose (exitosa empresaria judía o ilustradora chica beatnik) con todo lo que se le pone a tiro de su sexo en la ciudad mientras, en casa, espera una perfecta pero turbulenta esposa-barbie al borde de un ataque de nervios y antecedente directo de las mujeres desesperadas de Wisteria Lane.

Jack Daniels y Wilder. Y a su alrededor, entre otros, orbitan la ambiciosa e ingenua Peggy Olsen, el patético y trepador conspirativo junior Pete Campbell, la secretaria fatal Joan Holloway, el cínico Roger Sterling, el director de arte y (Cheever otra vez) homosexual reprimido Salvatore Romano, y el jerarca casi zen Bertram Cooper quien nunca usa zapatos en la oficina y contempla todo desde las alturas de su oficina/monasterio donde se orquestan las campañas para revolucionar el diseño de un paquete de los cigarrillos Lucky Strike o la campaña presidencial de un tal Richard Nixon. Y algo no funciona del todo bien en la cabeza de los clientes y de los fabricantes y todos mienten salvo Jack Daniels y vamos a ver y a reír con El apartamento de Billy Wilder, dicen que es muy buena.

El look y la excelente dirección de arte termina de jerarquizar guiones implacables para describir una época y una profesión que -según alguien que estuvo allí- «no fue otra cosa que un montón de borrachos conversando entre nubes de humo de tabaco». Pero lo verdaderamente interesante de Mad Men pasa por lo que sucede dentro, retratando el instante en que el hombre norteamericano descubrió que se podía ser muy infeliz siendo tan feliz en una atmósfera fumadora, alcohólica, adúltera, sexista, homofóbica, adicta a las pastillas y racista donde el psicoanálisis es «el caramelo de moda» y las fajas reductoras producen orgasmos. Los trajes y camisas, eso sí, siempre impecables.

La muerte de Justina -uno de los relatos más famosos de Cheever- concluía con un publicista atormentado redactando como eslogan para un tónico llamado Elixircol (con supuestos poderes para curar todos los males de los depresivos) aquel pasaje de la Biblia que comienza con «El Señor es mi pastor?» y acaba rogando por la protección para aquellos que caminan por «el valle de la sombra de la muerte».

«Don?t think twice». El último episodio de la primera temporada de Mad Men -la segunda no ha comenzado aún en los Estados Unidos, la caja con la primera temporada se editará allí en julio- termina con Dan Draper solo en su casa, lost y sin los súperpoderes de Héroes, sentado en las escaleras, preguntándose a dónde se fueron todos y qué será lo que vendrá mientras, como música de fondo, se escucha la voz de una nueva era que posiblemente no lo incluya en sus planos y planes: un joven y freewheelin? Bob Dylan cantando Don?t Think Twice, It?s All Right.

Los tiempos están cambiando, sí, una vez más.

La primera temporada de «Mad Men» se emite en Canal + los jueves a las 21:30 horas.

martes, mayo 13, 2008

Masculinidades: salirse del guión

La tarde de los miércoles es suele ser uno de esos pocos pedacitos de la semana que los padres separados podemos pasar con nuestros hijos. Por eso, me incomoda extraordinariamente interferir o perturbar este retal de tiempo con otras actividades. Sin embargo, casi todas las conferencias o presentaciones de libros relacionadas con las nuevas masculinidades suelen caer en miércoles y esta semana le propuse a mi hijo Luis –10 años- que me acompañara a escuchar a Michael Kimmel –uno de los especialistas sobre masculinidades con más proyección internacional- al centro Francesca Bonmaison, dónde iba a mantener un diálogo público con Amparo Tomé, profesora de Sociología de la Universidad autónoma y una de las personas que más ha contribuido a fomentar el estudio de las identidades masculinas.

El acto se retrasó y no pude vivir más que sus momentos iniciales, porque ejercer como padre es más importante que oír hablar sobre la importancia de la paternidad. De todos modos, me dio tiempo a comprar un libro en el mini punto de venta que montó la librería feminista Pròleg (Daguería nº 13) a la entrada del acto. Se titula Cuando los hombres hablan de PatricK Guillot y la verdad es que semejante título me atrajo porque tengo la sensación de que los hombres rehuyen hablar sobre la masculinidad y que, cuando lo hacen, no se atreven a salirse del guión políticamente correcto que se ha establecido desde el profeminismo y los Men’s Studies . Este libro, sin embargo, sí parece salirse del guión, e incluso en un capítulo (“los hombres rosas”) se atreve a criticar sin complejos la tendencia a atribuir los sufrimientos masculinos a la no realización de los modelos de masculinidad soñados por el feminismo. Afirma el autor que muchos grupos de hombres que inspirados por estos se reúnen para hablar de sus problemas –en España hay unos cuantos- conciben un discurso de gran compromiso profeminista, pero poco sincero porque su deuda ideológica les impide abordar muchas cuestiones incómodas, que quedan silenciadas. Me parece un buen diagnóstico de la situación general que se vive en nuestro país en relación a la cuestión masculina: cualquiera que se aventure a hablar sobre este tema sabe lo difícil que resulta no despertar suspicacias si se abandona “la imaginería feminista de la mujer-víctima y el hombre-verdugo”, impelido a “integrar un fuerte sentimiento de culpabilidad”.

Pero, la reflexión sobre las masculinidades difícilmente progresará sino damos un paso más y nos depredemos de estos estereotipos de nuevo cuño. Como explica Guillot hay una multitud de asuntos que preocupan a los hombres y de las que los hombre profeministas hablan poco: el hambre de masculinidad, la relación con el padre, la necesidad de mentores masculinos, la necesidad del grupo masculino, la asunción de la propia violencia, la necesidad de probarse y de sentirse competitivo, el afán de trascendencia y de obras significativas, el invisible muro femenino que aísla al padre de la relación con sus hijos y de la vida familiar, el matriarcado doméstico, la dependencia emocional de la mujer, la agresividad femenina, la necesidad de compañeros masculinos, la falta de intimidad masculina, etc. Son cuestiones poco relevantes para quienes entienden que la masculinidad básicamente es una ideología que tiende a justificar la dominación masculina y que constituye la razón última de todos los males que padece el mundo actual. Cualquier apelación a una irreductible condición masculina sustentada en evidencias científicas es mirada con recelo, a pesar de que cada nueva investigación no hace más confirmar que nuestros patrones de conducta responden al peso decisivo de la naturaleza frente a la modesta influencia del medio. Sin embargo, hasta que no asumamos plenamente esta evidencia y decidamos construir las nuevas feminidades y masculinidades desde el reconocimiento des ese sustrato femenino y masculino irreductible, la reflexión sobre las masculinidades seguirá resultando forzada y artificiosa.

Quizás, por ese siempre me he sentido más en sintonía con la corriente mitopoética - tan denostado por los profeministas-, ya que a pesar de su excesos masculinistas (antítesis de la mística feminista propugnada desde el feminismo de la diferencia) , como mínimo ha tenido el acierto de reconocer la especificidad masculina e identificar muchos de sus procesos e itinerarios. No podemos seguir repitiendo indefinidamente que un hombre es un producto cultural construido a partir de tres negaciones: no ser un niño, no ser una mujer y no ser un homosexual (E. Badinter). Ingenioso pero rematadamente falso.

Por cierto, mientras escribía este post he recordado el fuego que se cruzaron Vicente Verdú y Luis Bonino en relación a los hombres feministas.

La mujer barbuda. Por Vicente Verdú / El País 26-06-2004

Sólo es posible imaginar algo peor que un hombre feminista: la mujer barbuda. El hombre feminista -a menudo torpe o fracasado en la relación con la mujer- trata de congraciarse con las mujeres por el peor camino posible como es el de intentar copiarla. De esta manera, el hombre feminista resulta ser una réplica barata en la batalla de la mujer y, en consecuencia, termina convirtiéndose en su escudero. De ahí no pasa.

Deberá esperar que ella se defina otra vez para volver a definirse y encontrará, al cabo, su definición en ser aceptado como un elemento sin cabeza. Los hombres feministas se amoldan y las mujeres, con razón, recelan de ellos. Porque aunque no les venga mal de vez en cuando su apoyo, sólo les sirven como medios y nunca como sujetos enteros. De esa manera es fácil que se valgan de ellos en cuanto instrumentos, abusen de su obsequiosa disposición y terminen repudiándolos a causa de su blandura.

En resumidas cuentas, este hombre feminista podría ser mejor que la mujer barbuda puesto que, debido a su falsificación, le sería posible arrancarse el postizo en cualquier momento, pero es peor que la mujer barbuda en atención a su falsificación odiosa. Creen que seducirán a las mujeres mediante este cariño ideológico y que aparecerán ante ellas como "nuevos hombres" que abrazan el alma femenina. Pero no entienden nada.

Toda esperanza en esta dirección quedará frustrada y sus tropiezos con las modelos (o patronas) serán todavía más ingratos. En muchos aspectos, la directiva mundial que invita a acentuar la feminidad de los varones para ponerse al día y ganar amigas es entendida por los hombres feministas al revés. Porque no se trata de ser más deseable a las mujeres militando a su sombra en el campo de batalla, sino en hacerse más deseable, en general, abriendo la luz y diversidad del campo.

De esa manera habrá sitio para todos y no ofuscación de cuerpos e ideas. Es decir: confusión de la justicia con el agasajo o de la equidad con la etiqueta. Los reveses sirven para aprender y, especialmente, cuando el ridículo que se hace en el envite brinda gratuitamente el antídoto natural contra la tentación de prorrogar la tontería.

Los Antifeministas. Por Luís Bonino. Lunes 28 junio 2004

Existen hombres misóginos y antifeministas que aparecen siempre que se discute alguna ley favorable a las mujeres. Aquí y en todas partes. Hombres resentidos y reaccionarios que obstaculizan enormemente el camino hacia la igualdad real entre los géneros.

Algunos, con protagonismo mediático van de progres y se cuidan de oponerse muy abiertamente al discurso igualitario ofreciendo para ello una fachada "pro-feminidad". Sin embargo no pueden ocultar su indignación y resentimiento, que depositan ya no sólo en las mujeres feministas, sino también en otros hombres -los pro-feministas- , a quienes descalifican globalmente.

El artículo de contraportada de EL PAÍS del 26-6 parece mostrar esa estrategia. El mensaje que V. Verdú lanza desde un lugar destacado del periódico es simple y nada innovador, no obstante puede convencer a hombres -y mujeres- no sensibilizados a la problemática de la igualdad y la diversidad. Según Verdú los feministas no piensan por sí mismos, sino se transforman en una copia ridícula y falsificada de la mujer, en meros ecos de las "barbudas" feministas, y sobre todo, no entienden nada. ¿Quién lo dice: él?. De lo que se deduciría que para no dejar de ser hombres con ideas propias, mejor alejarse de las feministas (y del feminismo). Pues no. El feminismo es un movimiento que busca la igualdad y la equivalencia entre mujeres y hombres, y muchos hombres que nos nutrimos de él, hace tiempo que detectamos a los antifeministas que pretendiendo superioridad moral lanzan sus "verdades" que no son otra cosa que ecos de su intocada tradición machista.

¿Pensarán este tipo de hombres que puede ser una estrategia exitosa asustar al resto, con el falso argumento de que quien se acerca al feminismo y a las feministas terminará sin pensamiento propio a la sombra de las mujeres ?. Se equivocan. Y aunque ellos sean causa perdida para el pensamiento igualitario, por suerte el numero de hombres feministas están aumentando, con voz propia, en varios lugares de España y del resto del mundo. Y esto es así le pese a quien le pese.

Fuente: http://www.mujeresenred.net/news/article.php3?id_article=38